lunes, 29 de marzo de 2010

Mi querida Renfe:

No sé como empezar este escrito. No sé como expresar todo el deleite que me produce tu servicio. ¡Me has dado tanto!

Para comenzar, y gracias a tus constantes retrasos, a veces poco justificados y otras veces sin justificación alguna, he llegado a establecer relación con personas a las cuales, seamos sinceros, nunca hubiese dirigido la palabra. Aquellos momentos de servicio nulo y desinformación que me brindaste, originaron algo tan bonito como el hecho de compartir entre personas desconocidas; compartimos nerviosismo, indignación, irritación, y posterior abatimiento. Todos, cada uno de aquellos usuarios situados en el andén, o dentro del vagón, porque tus incidencias son como Dios, están en todos lados, nos sentimos igualmente desgraciados; igualmente estafados y enojados. Ni una terapia del psicólogo más cualificado hubiese logrado unir a decenas de personas sin ningún tipo de vínculo, y hubiese exaltado en todos ellos las mismas sensaciones. ¿Cómo lo haces, Renfe?

Pero ahí no queda la cosa. Aún no sé como corresponderte el hecho de que, gracias a ti, sea capaz de aguantar el doble, qué digo el doble, ¡el triple!, de tiempo sin orinar o hacer aguas mayores. Yo antes, cuando tenía ganas de ir al lavabo, recuerdo que como mucho, treinta minutos, oye. Pero después de las peripecias vividas en los vagones de tus trenes, con lavabos eternamente estropeados o simplemente infranqueables para la dignidad humana, he llegado a aguantar trayectos de más de una hora. Y si esto fuera poco, aún he superado este record personal, esperando tus retrasos en las numerosas estaciones que no tenían ni un triste escupidero. Y te lo prometo, gracias a ti, el record de dos horas aguantando como un campeón, es posible. Mi próstata bien sabe lo que me digo. Por poner un ejemplo, totalmente al azar, en El Clot Aragó, una estación barcelonesa conocida y de grandes proporciones, anduve buscando un lavabo sin éxito durante un buen rato. Pregunté en la oficina del mismo recinto, recién construida con unos preciosos vidrios translúcidos y la más alta tecnología lumínica, una gran obra sin duda, pero me dijeron que en aquella estación no habían lavabos. ¡Magnífico! Porque subí rápidamente al exterior, y entré en un bar donde pude intercambiar magníficas palabras con su propietario. Y esto, gracias a tu brillante idea de gastar un dineral en poner oficinas, pero no construir unos lavabos.
Y quién dice lavabos, dice también rampas o escaleras eléctricas en varios tramos de escalones cercanos. ¡Ahí, ahí, que la gente es muy cómoda!

Y ya que he nombrado el tema rampas y todo eso... ¿Y qué me dices de las barreras arquitectónicas? Ay, casi me olvido de comentártelo. Válgame Dios, que despiste. Pues gracias a ti la gente se ayuda entre ella. Hay más solidaridad. Descubres que existe abundancia de buena fé y amor en el mundo. Sin tus numerosas barreras arquitectónicas en andenes, pasos a nivel, estaciones, y demás, nunca hubiese visto como unos mozuelos de pintas raras ayudaban a subir a una anciana al vagón, o como dos ciudadanos, cada uno con sus prisas, levantaban usando la fuerza bruta a un minusválido para salir de la estación de Arc de Triomf, repleta de escaleras y más escaleras . Porque esa es otra, tus estaciones son magníficas para la superación de las personas. ¿Qué te cuesta subir escaleras, o sencillamente no puedes? Pues aprende con Renfe. Así de simple, así de fácil.

Y ya para despedirme, por favor, sube el precio del billete más a menudo. Que para todo lo que ofreces, es de saldo.

viernes, 26 de marzo de 2010

Buenas noches

Aquel mueble tenía carácter, alma y espíritu. Roble macizo, con tonos rojizos e intensos. Tallado con pasión, y repleto de pequeñas imperfecciones que lo ensalzaban a la perfección; que paradoja. Permanecía en aquel salón desde mil novecientos cuarenta y dos, y ya era imposible imaginarse aquel espacio sin su presencia; era de la misma sangre, del mismo patrón. Repleto de repisas y ornamentos, sostenía todo tipo de recuerdos. Era un perfecto libro de familia basado en figuritas, marcos, tapetes, y todo tipo de objetos que se habían ido apilonando a lo largo de los años. Durante seis décadas, Carmen había conseguido recrear su particular reunión de familia; abuelos, padres, hijos, nietos, amigos, y por supuesto, su difunto marido.

Cada noche, antes de irse a dormir, Carmen limpiaba sus gafas, se levantaba apoyando sus débiles brazos, se acercaba, y contemplaba su particular museo de los recuerdos. Mirando uno a uno, dibujando minúsculas escenas, escuchaba las voces, rememoraba olores, sentía las caricias, los golpes, sonreía, dejaba deslizar pequeñas lágrimas por sus mejillas; su mente aleteaba deambulando por el pasado. Solo eran unos segundos, apenas un instante. Pero era un viaje ineludible antes de abrazar su almohada, y esperar. El reloj de cuerda de su padre, el tapete de la tía Eulalia, la figura de porcelana de Alfonsina, ya de un color mate y gastado, la foto de su hermana Encarna, sus tíos de Córdoba en el granero antes de recoger las aceitunas, el florero aquel que le entregó su abuelo repleto de amapolas, aquellas que su abuela era capaz de improvisar en reducidas muñecas, y más fotos, como quién no quiere olvidar, muchas más fotos. Poco a poco, su mente recoge las alas. Como un gorrión que necesita tomar tierra.

Quién sabe mañana, pero de momento, buenas noches.

lunes, 22 de marzo de 2010

La aventura del supermercado: 2ª parte

¡Ah! De vuelta al supermercado. Hoy es Sábado, y son más o menos la 13 horas del mediodía. Me sumerjo otra vez en la aventura. Solo entrar, admiro como decenas de carritos de la compra se encuentran apilonados, algunos con el candado puesto, y otros simulando que lo llevan. Aún no encuentro el espacio para ubicar el mío. De repente, una señora mayor me aparta con el brazo. Me mira fijamente con perceptible enojo y desconfianza, y me señala su carro con un movimiento seco y brusco. Al final deduzco, después del enfrentamiento, que quiere llevárselo. ¡Perfecto! Ahí colocaré el mío. Esto es como un parking repleto: hay que esperar a que alguien se marche y retire su coche. Al cabo de unos segundos, la señora ya me ha dejado su sitio. Introduzco la moneda de cincuenta céntimos y aseguro mi carrito. Me dirijo a los carros de la compra del supermercado. Necesito uno o dos euros para liberar mi futuro contenedor de productos transportable; vaya, mi carro. No tengo suelto. Maldita sea, no tengo suelto.

He cometido mi primer error. Ahora tendré que pedir cambio a la cajera. Esto es empezar con mal pie; tendré que interrumpirla en medio de su trabajo -un sábado al mediodía-, me mirará con cara de odio y soltará un fuerte suspiro; seguramente no me dirigirá ni una palabra, pero su lenguaje no verbal será claro y conciso; cogerá mi moneda, y me tirará el cambio sobre la mesa; rápidamente, sin que le pueda dar las gracias, se girará y continuará su labor. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer? Además, ¿por qué soy tan negativo? A lo mejor me recibe con cordialidad, entiende mi situación igual que yo entiendo la suya, y no hay ningún problema. ¡Exacto! No tengo que pensar mal. Pues allá voy. Me dirijo a ella, y le pido cambio. Se gira y... me mira con cara de odio. Vaya, ya os podéis imaginar lo siguiente. Lo tengo claro: cuando más tarde tenga que pagar mi compra, intentaré no encontrarme con esta cajera. Porque una cosa está clara, mi rostro ya lo tiene en mente.

En fin, ya tengo mi carro. Allá voy. ¡Supermercado, aquí estoy! Ya estoy dentro. Es el momento de explorar, indagar por todos los rincones del recinto. Alojar todo tipo de productos innecesarios que nunca hubiese pensado que necesitaba, y olvidar algunos que eran de vital importancia. De la leche, pan, arroz, aceite, y sal, pasamos rápidamente a platos precocinados, tortillas preparadas, pizzas congeladas, y repostería industrial. ¡Si es que uno no aprende! Sigo dando vueltas. Creo que me dejo algo. Pero no acierto a saber el qué. Ya es tarde. Estoy en la zona de cajas, pero aún no me he posicionado detrás de ninguna fila. ¡Porque creo que me dejo algo! De repente, mientras sigo pensando, veo que se acerca una pareja con dos niños y un carro repleto. ¡Que digo repleto! ¡Más que repleto! Parece imposible que tal cantidad de productos quepan en ese carro; encajados entre sí, como si de un Tetris se tratara. Sin duda, son unos maestros ensamblando productos. Pero se dirigen a la fila de caja. ¿Qué puedo hacer? Si me coloco ahora en caja, ya no podré coger el producto que me falta, pero si no lo hago, me pasarán delante con las consecuencias que ello comporta. No hay vuelta atrás, hay que seguir, tengo que meterme en caja. No puedo esperar a ver que pasa. Es como en la guerra, tengo que seguir aunque otros hayan caído. Rápido, yo puedo llegar antes que ellos; yo soy uno, y ellos cuatro. Nuestras miradas se cruzan, saben que pienso situarme en la cola. Y lo hago. Estoy antes. Ellos me miran, y contornean la cabeza, diciéndose a si mismos que no puede ser. Les he pasado por delante.

Me siento satisfecho, realizado, tranquilo. Respiro profundamente. ¡Ah! Pero de golpe, una frase que procede de otra caja, hasta hace un momento vacía, altera mi gozoso estado: -¡Pueden pasar también por esta caja, ya está abierta!- Han abierto otra caja. ¿Qué hago? Sigo en mi fila, o me sitúo en la nueva. Es un momento tenso, si tardo mucho, irán otros; si me quedo, quizá pierda la oportunidad. Detrás de mi, la pareja con los niños hace el amago del primer paso. ¡No! Yo estaba antes. Voy para la caja recién abierta. Les adelanto. Pero justo cuando voy a llegar, tres personas se me colocan delante. ¿De dónde demonios han salido? ¡Estoy cuarto! Miro hacia atrás, quiero rectificar. Pero no puedo, la pareja con los niños, ya están en mi anterior sitio. Son los terceros de la fila. ¿Dios me ha castigado? No creo, Dios ni siquiera se atreve a asomar la cabeza en los supermercados. Es un terreno perdido. El supermercado ha sacado lo peor de mi, y he recibido el castigo. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Miro hacia delante. Tengo tres personas, tres compras, tres obstáculos que ya no puedo sortear. Solo me queda esperar. Uno. Dos. Tres. Y miro a caja. Como no, es ella, la cajera del cambio, la que me tiró las monedas para el carro. Sonríe, y me mira. Su venganza está servida. Casi prefiero que no avance la fila. Casi lo prefiero.

jueves, 18 de marzo de 2010

Nadie inventa como Roger Wallson

La evolución siempre se ha nutrido de grandes inventores y personas con ideas revolucionarias: Arquímedes, Da Vinci, Galileo, Edison, Gandhi, y Homer Simpson -como todos recordaremos de un clásico capítulo, que solo se debe haber repetido 2548 veces-. Pero ninguno de ellos, como Roger Wallson. ¿Que quién es Roger Wallson? Me indigna que me hagas esa pregunta. Pero bueno, como soy una persona amable y delicada, tanto como el trasero de un erizo, te responderé: el mayor inventor alternativo y contemporáneo del siglo XXI. Ese es Roger Wallson.

Por poner un ejemplo, Roger Wallson es el inventor del movimiento hipijo. Oye, y eso no es moco de pavo, ¿eh?. Vaya, el movimiento de los hippies-pijos que llenan las universidades -sin estudiar en ellas en su mayoría- alabando el buen rollo, la libertad, y quejándose del capitalismo, el consumismo, y la personas que trabajan. Pero eso sí, llevan sus Vans, Levis, iPod, y demás baratijas, compradas lógica y mayoritariamente por sus padres.

Pero si esto te parece poco. Ahí no queda la cosa, no. Roger Wallson inventó la linterna solar, o el agua en polvo, por poner más ejemplos. Además, dedicó 2 minutos de su vida en pensar la brillante idea de presentar Barcelona para los juegos olímpicos de invierno -que más tarde robarían varios representantes del gobierno de dicha ciudad-. Pero si esto te parece poco, a lo mejor te sorprenderá saber que fue la cabeza pensante de las nuevas medidas de seguridad de los aeropuertos actuales, y el precursor de los chalecos de camuflaje fosforitos. ¿Qué te parece, eh?

Y resulta que ahora, según me han dicho, Roger Wallson sigue en pleno rendimiento. Y después de ayudar en el desarrollo del Windows Vista, ha decidido ayudar al gobierno español a desarrollar sus nuevas leyes a favor de la cultura. ¡Gracias Roger Wallson!

martes, 16 de marzo de 2010

Aspiraciones magnas

No era precisamente la aspiradora más potente del mercado. De hecho, Melisa, que es así como se llamaba, era una aspiradora de 1400W de potencia. Y vaya, no es poco, pero tampoco mucho. Si tenéis aspiradora, entenderéis un poco más a Melisa. Si no tenéis, haciendo un símil con las personas, pues sería como de clase media, bien, quizá media-baja, sin destacar. Pero al margen de su potencia, nada inusual, Melisa era de marca blanca. Una YaoWeng, made in China. Imaginad pues, el panorama para Melisa: clase media-baja, marca blanca, y ni muy poco ni mucho. Del montón, sintetizando.

Aún así, detrás del pésimo panorama comentado anteriormente, Melisa aspiraba a todo. Es más, Melisa no era potente, ni de marca, ni tenía vínculos con aspiradoras de gama alta, pero sus sueños, ilusiones, y ambiciones, eran claramente de magnas proporciones. Enormes, maravillosos, y llenos de grandeza. Por esa razón, Melisa, a pesar de sus vulgares 1400W, aspiraba más que cualquier aspiradora. Y tenía cualidades para demostrarlo.

Un buen día, después de una larga espera, Melisa salió del almacén de aspiradoras YaoWeng. Alguien le esperaba en algún lugar. ¿Sería en una acogedora casa familiar? ¿O en unas productivas y dinámicas oficinas? Eso le daba igual a Melisa. Que más da. Ella lo que quería, por encima de todo, era demostrar de lo que era capaz. Así que en menos de una semana Melisa se encontró en una pequeña casa. Notaba que pronto saldría de aquella caja donde se encontraba oprimida y sin espacio; aquella estancia hostil y solitaria. Por fin ocuparía un lugar importante, siendo útil, demostrando sus aptitudes. ¡Sería la aspiradora de la casa! Allí estaba, nerviosa, sintiendo como desde fuera, alguien intentaba abrir el embalaje. Poco a poco vio como entraban pequeños rayos de luz, hasta que finalmente, la tapa se abrió por completo. Poliexpan fuera, Melisa quedó liberada. Su salvador, ese hombre que la había acogido en su casa, la miró detenidamente. Melisa se sentía el centro de atención, y dentro de ella se iban apilonando sensaciones y más sensaciones; sorpresa, felicidad, miedo, exaltación, temor, y finalmente, tranquilidad. ¡Ah! Que tranquilidad.

De golpe, su extraño liberador frunció el ceño. La miró detenidamente, y le cogió el cable extensible de conexión a la corriente. ¡No tenía clavija! ¡No tenía enchufe! Melisa, lo tenía todo. Era ambiciosa, entregada, repleta de ilusiones, y tremendamente preparada. Pero no tenía enchufe. Rápidamente, con un fuerte enfado, su salvador la cogió y empotró dentro de la caja; la volvió a depositar en su doloroso cobijo. -Queremos otra aspiradora- escuchó Melisa. Las lágrimas de Melisa se quedaron en la caja, en el mismo sitio donde ella supo que sin enchufe no era nadie.

lunes, 15 de marzo de 2010

Genocidio en la luna

Cuerpos sin vida deslizándose lentamente; otros estancados, aferrados al lugar que les robó su existencia. Paradojas de la vida. Decenas, cientos, e incluso miles de cadáveres han pasado por esta luna. Y yo, fríamente, he tenido que limpiar los despojos. Sin alma, sin remordimientos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ellos quisieron venir, ellos buscaron su final. Yo solo puse una parte, no creo que la culpa sea mía. Aunque posiblemente, tampoco de ellos.

Ahora, mirando hacia delante, tengo que volver a actuar; hoy, vuelvo a ser el barrendero, el limpiador, y el hombre sin remordimientos. Frío y egoísta. Cojo un trapo viejo y algo de agua, y froto insistente la fría luna de mi automóvil.

jueves, 11 de marzo de 2010

Nunca te compres un acuario I: "El inicio de la pesadilla"

Hay días que marcan tu vida. Hay momentos, que por una u otra razón, son inolvidables. Para bien, o para mal. Y uno de esos días, fue aquel 14 de Agosto que decidí comprar un acuario.

Yo era una persona normal. Bueno, más o menos. Con mis cosas, como todo el mundo; pero normal. ¿Nervios? Los justos. Se podría decir que hasta tranquilo. Pero a raíz de aquel fatídico día, todo cambió.

-¡Un acuario! -pensaba - con sus pececillos, el agua ondulando, esos cuerpos suaves y delicados, esa sensación de armonía. Yo quería uno. Así que decidí, con total ignorancia, como quién juega con fuego y no sabe que puede quemar, comprar un acuario chiquitito; de unos 26 litros. Para comenzar, más que nada. ¡Maldito pensamiento! Yo pensaba que era poner el agua, los peces, y ale, a disfrutar. Pero no. Primero, me explicó el de la tienda -nunca le perdonaré no haberme frenado en mi compra- que necesitaba ciclar el agua.
-Sí, usted debe colocar los filtros, estas piedras, mitad agua de grifo y mitad destilada, estas esponjas, y puede añadir alguna planta, algún objeto de decoración, no olvide echar estas gotas y estas otras; ah, y después de unos 15-30 días, que el agua estará ciclada, su acuario ya estará listo para que vivan los peces.
-¿Y no los puedo poner ya?
-No, no, ahora que ya le he vendido el acuario, ya se lo puedo decir, necesita todo lo que le he comentado antes de meter los peces.

Gracias chico. En fin. Que le comenté que me lo enviaran todo a casa. Al cabo de dos días, me llegó todo: el acuario, filtros, piedras, plantas, un jarrón y un tronco de decoración. Y nada, me puse a montar mi primer, y seguramente, último acuario. Comencé mirando las instrucciones; aquello era menos claro que un manual de Ikea. Llamé a la tienda para hablar con el vendedor; curiosamente, estaba menos simpático que el día de mi compra. Coloqué todo como me dijo. Esto aquí, esto allá. Mitad agua destilada, mitad agua de grifo. Gotitas para el cloro, otras para el ciclado. Esponjas aquí, piedras allá, carbón por aquí, bomba de agua por allá. En fin, que después de unas horas, estaba todo listo. ¿Todo? Bueno, todo no. Las plantas naturales que me habían enviado eran ligeramente muy altas -como el doble-. Vaya, no cabían en el acuario. Así que tuve que dejarlas sin poner. Pero ahí estaba mi primer acuario. ¡Estaba comenzando a crear vida!

Pasaron los días, y aquello seguía en marcha. En teoría, el agua debe ciclar y adquirir las propiedades necesarias para contener los peces. Así que al cabo de 15 días, fui a la tienda para saber si podían entrar a vivir mis esperados acuáticos hombrecillos.
-Pues tendremos que hacer una prueba del agua para ver como está.- Me dijo el dependiente.
Total, que al día siguiente le llevé un frasquito con agua del acuario para que pudiese ver si estaba preparada para los peces. ¿Resultado? Obviamente, no. Según me dijo, el PH del agua era muy alto, igual que la dureza. ¿Qué coño era esto, una probeta de 26 litros? Total, que tuve que hacer rectificaciones en el acuario; poner más agua destilada, y sacar parte de la que había, entre otras cosas. Al cabo de una semana hice un nuevo análisis de agua. Y nada, otra vez no. Esta vez, la dureza había bajado, pero el PH seguía alto. Que triste es tener un acuario vacío en casa. Venían visitas a casa: -Que bonito, ¡un acuario! A ver los peces...- No, aún no hay. -Ah, bueno, pero es bonito.- Sí ya.
Total, que yo seguía esperando. Mientras iba rectificando el maldito agua, compré unas plantas para el acuario; esta vez, de la medida correspondiente. Lo que parecía una simple compra, se iba a convertir en la peor de mis pesadillas.

Pasaron 10 días. La planta estaba un poco marchita. Fui a la tienda, y se lo dije al dependiente. -¿Le has puesto algún sustrato debajo? Es lo que hay que hacer si quieres tener en condiciones las plantas.- Gracias señor dependiente, ¿Y esto no me lo podría haber dicho cuando la compré? Total, que pasé del tema, y le dije que analizara por tercera vez el agua. Esta vez, el PH seguía algo alto, pero podía poner algunos peces. -¡Aleluya! Pensé. Así que por fin, después de un mes, pude tener peces en mi acuario.

Continuará...

miércoles, 10 de marzo de 2010

La increíble e inhóspita historia de Francisco Cascos Gurriaga, el joven universitario de 19 años que no tenía cuenta en Facebook

Esta historia trata de Francisco... ah,¿Qué? Vaya... Bueno, me comunican por línea interna que Francisco acaba de abrirse una cuenta en Facebook, un Gmail, y hasta un Twitter para contar sus experiencias. En fin, que ya decía yo que no podía ser.

martes, 9 de marzo de 2010

Aguanta, Charles, aguanta


Charles era el típico cascarrabias. Le daba rabia todo. Pero todo. Solo levantarse por la mañana tenía su primer enfado con el despertador. Si sonaba, porque le despertaba y quería dormir más; si no sonaba, porque se había dormido y llegaba tarde al trabajo.
Iba hacia el metro, y se quejaba de la gente que iba más lenta bajando las escaleras porque no le dejaban avanzar. Pero si había alguien detrás de él que quería ir más rápido, también se enojaba, pues se sentía presionado. ¡Le daba una rabia tremenda! Para picar el billete lo mismo. ¿Por qué no preparan el billete antes de pasarlo por la máquina? ¿Por qué otros en cambio le miraban fijamente para que fuese aún más rápido? Cuando iba caminando por el andén no aguantaba que los demás se le cruzaran por delante, pero tampoco aguantaba que estuviesen totalmente parados.
Una vez dentro del metro, le horrorizaba que se le acercaran demasiado. Que asco le daba eso a Charles. Y si no se le acercaban, se indignaba: -¿Qué pasa, que soy un bicho raro?

Así era Charles durante todo el día. Cuando iba a comer, le daba mucha rabia que el camarero tardase en atenderle. -¡Que no tengo todo el día!- pensaba. Pero si el camarero le venía rápidamente, se ponía aún peor, porque no le había dado tiempo a elegir el menú. Para pagar, más de lo mismo. Si le ponían la cuenta sin pedirla, se enfadaba. -¿Qué piensas, que no te voy a pagar?- Pero si, por el contrario, no le traían la cuenta: -Vaya calma, joder, ¡Que no tengo todo el día!

Ay Charles, Charles. Así no se puede vivir. ¡Que rabia me da la gente como Charles!

domingo, 7 de marzo de 2010

El por qué de Gregory Rooswood Logan

Gregory Rooswood Logan siempre andaba pinchando. Pero no pinchar de poner inyecciones, vaya, que no era practicante. Tampoco lo hacía en el sentido de enojar, de zaherir, no. Podríamos decir que Gregory Rooswood Logan, era conocido por pinchar. Pero no pinchar de poner discos y todo eso de hacer música. Ni pinchar de manipular líneas telefónicas para espiar conversaciones, no. El sencillamente pinchaba. Pero ni mucho menos de pinchar cuando iba en coche, en el sentido que sufría un pinchazo en la rueda. Ni pinchar en el sentido de fracasar, eso tampoco. Y lógicamente, tampoco pinchar de inyectarse drogas, no. ¡Diós lo sabe bien! No, no.

Gregory Rooswood Logan, simplemente, era un erizo.

jueves, 4 de marzo de 2010

La aventura del supermercado, 1ª parte

Después de una larga jornada laboral, ¿Hay algo mejor que adentrarse en la maravillosa aventura de ir a comprar?

Ah, el supermercado. Esa gran selva alimenticia. Repleta de personas hambrientas de líos, de bullas, de hostilidad. Esas colas repletas de agresividad y mala leche. Miradas penetrantes. Movimientos cortos pero precisos. -Estaba yo primero. -¿Me deja pasar, solo llevo esto? Estrategia posicional, estrategia emocional. Todo un ritual que se mejora año tras año; y es que ahí están muchas personas de avanzada edad demostrando toda la experiencia; todos esos años de supermercado al máximo nivel.
Ese cesto o carro que está en la cola, pero nadie sabe de quién es. Y justo en el momento que, definitivamente, parece que no tiene dueño, en el último momento, aparece el maestro -no nos engañemos, mayormente del sexo femenino- para declarar que es de su posesión, y por lo tanto, tiene derecho a colocarse en ese sitio. ¡Esto es estrategia, que aprenda el ejército español!

Y qué decir del uso del engaño, del acercamiento al enemigo, de ganarse su confianza, y después... ¡Zas!
-Perdón, ¿me deja pasar?, solo llevo el Nesquik para el niño...
-Sí, claro, pase.
Ja, qué gran error. ¿De verdad creías que solo llevaba el Nesquik? No. Acto seguido, te das cuenta que había un punto muerto en tu campo visual. Sí, llevaba un Nesquik en la mano izquierda. Pero en el brazo derecho, como por arte de magia, aparecen más productos: la barra de pan, los huevos, el jamón york, y la leche. Pero ya es tarde. Está delante tuyo, y no puedes reaccionar. Te la han colado amigo. Y por mucho que mires a la cajera con cara de incredulidad, como esperando que te reconduzca la situación, sabes que ella no moverá ni el más mínimo dedo por ti. Que le das igual. Que sencillamente quiere acabar su jornada y llegar a casa.

Es la ley del supermercado, y solo sobrevive el más fuerte.

Barcelona y sus nuevos contenedores; la alegría de no poder tirar la bolsa

No os podéis imaginar lo que me ha costado buscar un título para este artículo -bueno, unos 5 minutos-. Tenía tantas opciones que al final me ha salido un título un tanto largo. Pero creo que explica bastante bien lo que viene a continuación. Pero vaya, vamos a lo que vamos.

La cuestión es que como dice el eslogan, yo "Visc a Barcelona!", o sea, que vivo en Barcelona. Y hace un par de meses nuestro querido ayuntamiento cambió todos los contenedores de la ciudad y la empresa encargada de la limpieza -las malas lenguas dicen que es la misma, pero que ha cambiado de nombre y ha pintado sus camiones y furgonetas-. Esto ya se anunció a bombo y platillo; se anticipó como el gran cambio; la nueva manera de entender los residuos; la gran Barcelona iba a realizar un gran paso.
Pero dos meses después, por lo menos los contenedores que yo tengo por mi zona -sé que hay dos modelos diferentes, repartidos entre zonas guays y zonas no tan guays, siendo estos últimos los míos-, han perdido fuelle. ¿A que me refiero? Pues que en tan solo dos meses, pisas la palanquita para que se abra la tapa, y la pobre ya casi ni se abre. Te deja un espacio que ni siquiera cabe tu bolsa, y para colmo, tienes que ayudarte de tus manos para acabar abriendo ese contenedor revolucionario -el sistema de pisar la palanca, lo nunca visto oye-.

Así pues, yo me pregunto: ¿Quién cojones diseñó estos nuevos contenedores? ¿Esta era la revolución? ¿Que en dos meses los pobres ya casi ni se abren por obra de la palanquita divina y tengamos que hacerlo manualmente? De verdad, a veces creo que los despropósitos son un requisito para formar parte del entramado público. Es que yo, me imagino a los diseñadores de los contenedores, en tardías reuniones, fumando y haciendo lluvía de ideas entre todos; paseando por parques, buscando inspiraciones; viendo exposiciones en el Macba y galerías contemporáneas del Raval. Pero después, sin que ninguno piense en probarlos durante unas semanas. Vaya, lo que se llama testear un producto.

En fin, una gran inversión. Nos gastamos un dineral en cambiar la flota y todos los contenedores, pero si después no cabe ni la bolsa: -¡Ah! Todo no se puede tener en esta vida...

miércoles, 3 de marzo de 2010

Brindis al pistacho

Pistacho, pistatxo, pistache, pistazie, etc. Sea de donde sea, se diga en el idioma que se diga, el pistacho es único. Todo en si es especial. Es curioso y misterioso; guardando su fruto dentro de su cáscara, pero dejando ver una parte. Como sugiriendo. Sin duda, todo un seductor.

Algo debe tener este fruto que engancha; hasta su nombre es diferente, tiene algo especial. Su sonoridad es peculiar, incluso Antònia Font ha sabido explotarla en muchas de sus canciones. Porque no es lo mismo que cacahuete, pipa, quico, o garbanzo. No. Pistacho, es pistacho. Un fruto con carácter, con fuerza, con personalidad. Pero dentro de su comunidad, no hay ninguno igual al otro. Los hay extrovertidos, abiertos, con soltura; otros tímidos e introvertidos; verdes o amarillentos; grandes y pequeños. Se comen crudos, tostados y salados, en helados, e incluso se hacen sabrosas salsas

Por esa razón, solo me queda felicitar, elogiar, y hacer un brindis por los pistachos.

lunes, 1 de marzo de 2010

Escribir por escribir

Hoy no sé que escribir. Pero claro, teniendo un blog como este, he pensado que algo debería escribir. Así que he comenzado a dar vueltas al asunto. Y también literalmente he dado vueltas por el comedor. Como esperando la inspiración divina. Pero nada. Me he sentado en el sofá; he mirado la televisión apagada. ¿Qué esperaba, que saliese la solución de ella? Me he levantado. Me he asomado por la ventana. ¡Ah!, que esplendidas vistas para lograr alguna idea: un patio de luz ruín y lleno de tendederos. Y mi ropa encima por recoger. He levantado la vista mirando al cielo: magnífico, un día nublado. Me he ido a la cocina, nunca se sabe donde uno puede encontrar inspiración. Solo llegar: todos los platos, cubiertos, copas, y demás artilugios de cocina, estaban sucios y por limpiar. Un escalofrío me ha recorrido por todo el cuerpo. He salido de la cocina rápidamente, -no, aquí no encontraré inspiración-.

He dado vueltas por el pasillo. Un pasillo en concordancia con el tamaño del piso. Así que a las cuatro vueltas tenía un mareo bastante notable. Me he ido a la habitación; a lo mejor si me tumbo en la cama y tengo un ligero sueño, puedo conseguir ese tema, ese pretexto para escribir. Pero vaya, en cuanto he entrado a la habitación y he visto la cama sin hacer y todo desordenado, me he vuelto a salir fuera. Total, que como mucho me quedaba el baño para inspirarme. Y vaya, si uno se pone a pensar que obra literaria puede salir de allí, pues... Sí, sí, que nunca se sabe. Pero que no. Creo que no estoy tan desesperado.

Así que me he puesto a reflexionar. He pensado sobre lo que he hecho y lo que he visto. He sintetizado. Y he llegado a una conclusión: que guarra está la casa.