sábado, 12 de noviembre de 2011

Memoria destilada

Señor comisario, no se enfade conmigo, estoy indagando cuanto puedo en mi memoria; que ya lo consiga, es otra historia. Recuerdo que aquella noche me bebí dos copas de ron, porrom pom pom, chim pom. Después dos copas de champán, parram pam pam, chim pam. Y cuando la noche abrazaba a la mañana, y la luna y el sol se saludaban, acabé con tres cubatas de malibú, param pam pum, chim pum.
Y aunque no lo crea, aquel fue un día sin demasiado alcohol; porque me salté mi querido pacharán, que me tomo en un pim pam.  Ni visité a mi Tía María, pues de ron ya tenía suficiente, y el café me era indiferente. Pero ya le digo mi comisario, de aquella noche no tengo ni un solo recuerdo que le pueda ayudar, por lo menos de momento, quizá después, ya será otro cantar.

Aunque ahora que lo dice, y no sé si le puede interesar, recuerdo sonidos estridentes, y luces moviéndose al compás. Una burbuja que sube por mi cabeza se ha topado con alguna pared, ha explotado, y mire, me lo ha hecho rememorar. Espere, espere, que creo que me viene más, dos burbujitas acaban de colisionar. Ahora mismo miro al suelo, y todo está normal, pero aquella noche tenía un suelo algo inusual; líneas blancas y grises se acompañaban sin llegarse a tocar, como aquellos amigos de siempre que sabes que nada pasará. Ay, mi cabeza, me ha dado una sacudida. Aguarde, aguarde, exacto, otra burbuja se ha dado cita. Creo recordar, o por lo menos parece real, que había alguna relación entre los sonidos y las líneas, pues mientras admiraba con cierta borrosidad ese suelo rayado, me viene con paupérrimos detalles que los sonidos no eran nada agradables; no, no parecían de personas, no eran ni gritos ni lamentos, eran una chispa estridentes. Lo siento comisario, pero no me viene nada más, entienda que estoy algo cansado, sea benevolente.

Puf, que dolor de cabeza. Y no se enfade conmigo comisario, que acordarme de algo ya es toda una proeza. A ver, por donde dejé la declaración de aquella noche; ah sí, en el suelo de rayas y los sonidos de los coches. ¡Vaya! Que memoria más traviesa, que ahora se presenta con detalle, está claro que un hecho se me desnuda, aquellos sonidos eran de bocina, de los coches que pasaban por la calle. Y aquellas luces que bailaban, en perfecto balanceo, quizá eran coches que me esquivaban, porque lo reconozco comisario, seguramente iba un poco peo. Ay, mi comisario, que va a ser que no me han secuestrado. Que lo mismo fui yo el que se durmió en calzoncillos en aquel escampado.

martes, 1 de noviembre de 2011

Barreras inexplicables

# Artículo publicado en la revista informativa de ASEM Catalunya
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Para fortuna de todos, con el paso de los años las instituciones públicas
han evolucionado hacia una mayor sensibilidad y preocupación en lo
referente a las barreras arquitectónicas en ciudades y poblaciones. Está
claro que todo no se puede arreglar de la noche a la mañana, hay un
proceso, y aún queda mucho trabajo por hacer. Permanecen muchas barreras
por eliminar, y aún existen demasiadas situaciones comprometidas para
aquellas personas que no tenemos una movilidad plena; situaciones que en
muchos casos no son perceptibles para el resto de los ciudadanos, y
posiblemente pasan desapercibidas. El simple hecho de tener dos escalones,
lo que para la mayoría son simplemente dos zancadas, para personas con
movilidad reducida puede ser un mundo.

Y como bien comentaba, a veces se puede entender que esto es un proceso,
que requiere un tiempo; que al igual que hace diez años estábamos mucho
peor,  dentro de diez años la situación será mucho mejor que la actual.
Pero dicho esto, y centrándome en la capital catalana, Barcelona, me
gustaría criticar algunos detalles que no tienen explicación. Detalles que
no permiten justificación de proceso, ni ningún tipo de compasión. Que no
requieren esperar, sino exigir.
Vamos a la estación del Clot, una de las importantes de la capital. Una
estación donde se congregan varias líneas de metro y ferrocarriles, y
donde pasan miles de personas cada día. Pues bien, en un lugar tan
importante y concurrido, vemos con asombro como aún a día de hoy existen
un gran número de barreras arquitectónicas. Bastante inexplicables, cabe
remarcar. Nada más bajar de la línea roja del metro, la L1, tenemos una
gran cascada de escalones para salir de la estación o acceder al camino de
ferrocarriles. Ni escaleras eléctricas ni ascensores. ¿Se han preguntado
los responsables del transporte metropolitano, cómo una persona con
problemas de movilidad puede acceder por si sola a una estación tan
importante? Si los problemas de movilidad son leves, pues coges aire, y te
enfrentas a un gran número de escaleras, dando por sentado que todas las
miradas de los demás ciudadanos se clavarán en tus anomalías, e incluso se
enojaran por no poder avanzar con total normalidad -para muchos, el tiempo
es demasiado importante-. Pero si además tienes una movilidad muy
reducida, ni coger aire ni echarle agallas. Sencillamente no se puede; la
independencia, en lo relativo a la movilidad, queda echa añicos.

Podríamos pensar que estamos ante un ejemplo de paciencia; que aún no se
han podido eliminar las barreras. Pero no, en este caso debemos exigir y
pedir explicaciones. Porque si avanzamos por el pasillo que nos lleva a la
Renfe y a varías salidas del exterior, veremos ante nuestro asombro que
tenemos un nuevo cúmulo de escaleras. En el mejor caso, en el acceso a la
Renfe, solo existen unas escaleras eléctricas para subir, pero nada para
bajar. Y ademas, una vez abajo, tenemos tres series de dos escalones,
puestos más que nada para joder, como se diría coloquialmente, y que aún
dificulta más el acceso a Rodalies. Pero no está todo explicado, porque
una vez pasamos el billete y queremos acceder a cualquier andén, volvemos
a vernos en la misma situación. Escalones y más escalones, sin más
alternativa que pasar por ellos. ¿Realmente los responsables de la
estación no se han percatado de la cantidad de obstáculos que hay para
viajar en un tren o metro que después presumen de adaptados? Pero la
indignación no viene únicamente por lo comentado hasta ahora. No. Lo peor
está por llegar. Y lo peor, es que mientras nos indignamos con todo este
recorrido, observamos atónitos como hace apenas uno o dos años, se
hicieron obras en la zona de Renfe, donde se situaron unas oficinas bien
monas: con sus enormes vidrios, la imagen corporativa, y paredes de
mármol; todo, con la última tecnología en el interior. Pero a nadie se le
ocurrió aprovechar ese momento para gastar una pequeña parte de dicho
presupuesto; en adaptar un poquito más la estación, y pensar en los que
más difícil lo tienen. Ni unas sencillas rampas, ni un ascensor, ni nada.
El dinero se quedó en las oficinas, que eso sí, lucen mucho y permiten
fardar de infraestructuras.

Y hoy hablamos del Clot, pero podríamos hablar de tantas otras
estaciones... La cuestión es que hablemos, y sepamos cuando hay que
esperar o exigir. Y en este caso, hay que exigir.