Crucé la calle para dirigirme a la modista; después de arreglar dos días antes la chaqueta por unas roturas axilares, que no auxiliares, me agaché en el supermercado para coger un cartón de leche, y la pobre cremallera se resquebrajó con cierto dramatismo. Total, otra vez a la modista. Pues como iba diciendo, crucé la calle. Llegué a la modista que posaba relajada un bordado de hilo a una clienta, y entonces, pensé: si esto estuviera lleno de gente... ¿Estaría desbordado?
Y me puse a sonreír tímidamente. Qué ocurrencia, oye.
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