No era un detective como los demás. Jonny era bien diferente a detectives como Ralph Croquet, Jeremy Rogers, o el maquiavélico Fernandez Lausson. Tampoco tenía nada que ver con los Monroe, ni los de la Marilyn, aunque a veces la gente le olisqueaba intentando encontrar fragancia a Chanel 5, ni con los amortiguadores Monroe de toda la vida. No, no tenía ninguna relación. Jonny Monroe era único. Solo había uno, por suerte o por desgracia. Metódicamente era capaz de percatarse de cualquier detalle. Quién no recuerda su frase en el caso de silver street, "si encontramos a alguien que le fascinen los donuts, tendremos a nuestro asesino", dijo con firmeza en aquel terrible suceso detrás del mostrador del Dunkin' Donuts. El resto de presentes, le miraron estupefactos. Que puto crack.
Hoy tenía un nuevo reto, un nuevo obstáculo que superar. Margaret Wilson había sido asesinada en su propia casa. Permanecía en el suelo, con notables signos de violencia. Su hijos, que habían alertado a la policía nada más encontrar a su madre tendida en el suelo, no estaban en casa en el momento del brutal asesinato; mientras, el marido de la víctima, había cogido poco después del crimen, apenas una hora, un avión para la República Dominicana. Jonny, situado quieto e inmutable en el epicentro del lugar de los hechos, mientras el resto de profesionales buscaban pistas y detalles y pretendían dar el caso por cerrado, descendió su mirada hacia el suelo, suspiró, miró su reloj, y alzó la cabeza con aplomo. "La víctima ha sufrido una brutal paliza. El marido estaba aquí y se fue corriendo, directamente fuera del país. ¿Miedo? Seguramente. Si encontramos a alguien que también quiera matar al marido, tendremos al asesino". Los presentes en aquel lugar lo miraron asombrados. Porque Jonny siempre asombraba y abrumaba a los demás.
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