En estos tiempos que el Wi-Fi está de moda y que parece que estas ondas que vuelan por el aire son lo más, me planteaba, ¿Había algo similar antes que el Wi-Fi? Ahora, vas a cualquier sitio, sacas tu portátil, smartphone, o lo que sea, y encuentras un enorme número de redes viajando por el aire; que si la comtrend de la típica víctima de telefónica que ni sabe que le han puesto en casa, la Juan y Patricia, que guay, somos felices y lo queremos dejar claro para todos los vecinos, o la del típico friki que experimenta semanalmente cambios de contraseñas, nombres, y demás configuraciones, pensando que así nadie abusara de su tan preciado tesoro y fliparán con su nivel informático. Pero antes de todo esto, ¿Qué había por el aire?
Hombre, teníamos las ondas de radio, ¿no? Ahora que hay tanta incertidumbre sobre las futuras repercusiones del Wi-fi o del propio móvil, también deberíamos plantearnos por qué nadie nombró nunca las ondas de radio o de televisión, por poner otro ejemplo. Lo mismo estas señales analógicas, pero también nómadas del aire, nos dejaron medio tontos, nunca se sabe. La cuestión es que desde que nacimos, hemos estado rodeados, incluso en aquellos momentos donde pensábamos que nadie nos observaba y dimos rienda suelta a nuestros más oscuros pensamientos. No seáis mal pensados, hablo de levantarse a escondidas para comerse un helado, o acabar la barra de chocolate que está en el armario.
Y dicho todo esto, voy a lo que voy. Total, que pensando y pensando, como quién no tiene nada mejor que hacer, encontré la onda más antigua: el Sol. ¡Joder! Pensé. Tanto rollo de nuevas tecnologías, y el sol lleva toda su vida haciendo uso del Wi-fi, Wireless, o como lo queráis llamar. ¿Os imagináis que el pobre hubiese tenido que utilizar cable para darnos su energía? Estaría media humanidad enredada, y sin duda, las muertes por asfixia serían desesperantes. Por no decir que las pobres plantas más que hacer la fotosíntesis, parecerían seres en la UVI, con cables por todos lados y sin decir ni pío. Pero no, la naturaleza es sabía, y ya vio que el futuro sería inalámbrico.
sábado, 20 de agosto de 2011
martes, 9 de agosto de 2011
El poeta del pueblo
En mi pueblo yo soy el gran poeta, aquel que repudia el coche y usa bicicleta. Cuando la gente me mira hago vista perdida, me acaricio la barbilla, así quedo interesante, y nadie pilla mi mentira. Aguantando un libro deteriorado en mano, camino hacia el parque, observo las madres de buen ver, y me siento en el banco más cercano. Mirada puesta en el cielo, saco una pluma caligráfica y hago como que anoto, simulo haber encontrado una inspiración entre el alboroto. Suspiro, bajo la mirada, y empiezo la lectura; pero realmente no estoy leyendo, es todo tomadura. Pero las madres en mi ya se han fijado; este tipo no es rudo y basto como mi marido, seguro que es cariñoso, sensible, y amoroso, ¡Qué distinguido! Y yo mientras imagino, dibujo una sonrisa, miro a esas mujeres, suspiro y cruzo las piernas, todo paulatino. Ellas se apresuran con sus hijos y rehuyen miradas, pero es normal, están intimidadas. Entonces, vuelvo a mi barbilla, la acaricio sensualmente, estoy que me salgo, no soy un tipo corriente.
Las madres ya se han marchado, realmente las he impresionado. Cojo el libro viejo y camino con talante, manos en la espalda, mirada segura, siempre relevante. Ahora toca ruta por la calle, como gran poeta que indaga inspirarse, que anhela encontrar la llave. Descanso delante los aparadores, para crear tensión e incertidumbre, los comerciantes desde dentro arrinconan sus labores; ahora soy yo el foco de aquel instante, ha llegado el hombre más importante. Personas que se cruzan en el camino me saludan con admiración; les dedico un ligero gesto, poco más, hay que mantener la reputación.
Pasada la tarde, me sitúo en la plaza más concurrida, y con pausa y delicadeza extraigo mi reloj de bolsillo, mientras con la otra mano acaricio el cinturón, desplazo mi mano suavemente por la hebilla, y como no, acto seguido me sobo la barbilla. Ya me puedo ir para casa, ya he pasado el día, sigo siendo ese gran hombre, poeta inalcanzable de la muchedumbre.
Las madres ya se han marchado, realmente las he impresionado. Cojo el libro viejo y camino con talante, manos en la espalda, mirada segura, siempre relevante. Ahora toca ruta por la calle, como gran poeta que indaga inspirarse, que anhela encontrar la llave. Descanso delante los aparadores, para crear tensión e incertidumbre, los comerciantes desde dentro arrinconan sus labores; ahora soy yo el foco de aquel instante, ha llegado el hombre más importante. Personas que se cruzan en el camino me saludan con admiración; les dedico un ligero gesto, poco más, hay que mantener la reputación.
Pasada la tarde, me sitúo en la plaza más concurrida, y con pausa y delicadeza extraigo mi reloj de bolsillo, mientras con la otra mano acaricio el cinturón, desplazo mi mano suavemente por la hebilla, y como no, acto seguido me sobo la barbilla. Ya me puedo ir para casa, ya he pasado el día, sigo siendo ese gran hombre, poeta inalcanzable de la muchedumbre.
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