Aquella pequeña cebolla fue criada en un hogar rebosante de amor y valores; y poco a poco, fue recubriéndose de más y más capas, hasta que llegó el día que sus papás pensaron que estaba preparado para su primer día de colegio.
-Cebollín, hijo mío, ya estás preparado para ir a la escuela. ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer que eras un pequeño bulbo, y mírate, que cantidad de capas.- dijo entusiasmada mamá cebolla, ofreciéndole la mochila y acariciándole suavemente en la cabeza. -Hijo, -prosiguió su padre- todas las verduras del pueblo te esperan en la escuela. Nunca es fácil el primer día, pero eres todo un Cepa. ¡Haz que nos sintamos orgullosos de ti!- Cebollín permaneció callado, alzo la mirada, y regaló una tímida sonrisa a sus padres.
Aquella mañana las calles de Villa Verduras lucían un aspecto vigoroso, vivo y encantador. Los pequeños volvían a juntarse después de unas merecidas vacaciones, mientras los padres sonreían aliviados por el regreso escolar. Tomatito, el hijo de Tomato Rojas, saludaba efusivamente a su gran amigo Pimentín, hijo de la familia Umpimento, de origen italiano, pero asentados en el pueblo desde hacia varios años. Zanahorias, apios, patatas, puerros, y en definitiva, todas las verduras del pueblo circulaban por las calles camino a la escuela Maria del Brocoli, con más de cuarenta años a sus espaldas, y gran responsable de la educación de toda la villa, incluso más allá de las montañas -no era nada extraño encontrar alumnos que provenían de Ciudad Lenteja, o Villa Albahaca-.
Poco a poco se iba acercando la hora del inició del nuevo curso, y mamá Cepa, que había acompañado al pequeño Cebollín hasta la misma puerta de la clase, dejaba escapar sus últimas palabras, tiernas y abundantes de amor, como gran madre que se precie. En el momento que resonó por toda la villa la campana escolar, situada en la fachada verde de Maria del Brocolí, y gran pregonera del inicio de curso.
-Cariño, venga, entra para clase; después te vendré a buscar, ¿vale? - añadió mamá Cepa, al mismo tiempo que regalaba un cálido beso en la frente de Cebollín. -Sí, mamá, te quiero- añadió nuestra pequeña cebolla.
Al poco de unos minutos, la primera clase de parvulario estaba repleta. Cada alumno en su pupitre. Mientras, Doña Maria, profesora con más de veinte años de oficio, repasaba la asistencia y algunos datos más de cada uno de sus alumnos, y se disponía a dar la bienvenida al nuevo curso; miraba arriba, y resoplaba, sabía la importancia de su trabajo, tenía en sus manos el futuro de Villa Verduras; médicos, bomberos, panaderos, mecánicos, cocineros, dibujantes, obreros, quién sabe como evolucionarían aquellas pequeñas verduras todavía verdes y con un mundo por descubrir. Su función era labrarles un futuro, como profesionales, pero sobretodo como verduras.
-Bienvenidos a todos, soy Doña Maria, vuestra profesora durante todo el año. antes de comenzar, nos iremos presentando uno a uno, y espero que así, vayamos conociéndonos mejor.- expulsó finalmente la profesora, ansiosa por dejar atrás la primera toma de contacto.
Los pequeños se fueron presentando uno a uno; cada uno con su personalidad, unos muy tímidos, otros repletos de desparpajo:
-Me llamo Alcachofina, aunque me llaman Fina, y es mi primer año aquí.- dijo la pequeña alcachofa.
-Hola, buenos días a todos, soy Esparraguito...- añadió el bajito espárrago, al tiempo que pedía permiso para ir al lavabo para orinar.
-¿Que tal chicos? Soy Perejilo, ¡y espero hacer muchos amigos!- añadió un confiado y exultante perejil.
Las presentaciones siguieron su curso, hasta llegar a la última fila, donde tímido com siempre, le tocó el turno a nuestro querido Cebollín:
-Ho, hola. Soy Cebollín.- dijo con voz bajita y escondida -Gra, gracias.
Acabadas las presentaciones, la clase empezó, y Doña Maria enseñó sus conocimientos a los más pequeños durante la mañana. Entonces, pasadas unas horas, llegó la hora del recreo.
Un recreo esperado por todos los pequeños del colegio, pero que cambiaría la vida de Cebollín. ¿Qué pasaría? ¿Qué asombrosas circunstancias acecharían a nuestro pequeño? No te pierdas el segundo capítulo, que algún día escibiré, de Cebollín, el amigo que te hace llorar.
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