Si Camilo no se hubiese llamado Camilo, se hubiese llamado de otra manera. Eso seguro. Pero si su padre, Oracio, no hubiese estado con su madre Florencia, seguramente, Camilo no sería Camilo, aunque se llamase Camilo; sería otro niño, pero con el mismo nombre de Camilo, que fue idea de la madre. Pero claro, al mismo tiempo, si seguimos haciendo hipótesis, quizá Florencia, con otro hombre que no fuese Oracio, habría acordado otro nombre para su hijo, pues está claro que no todos los maridos son tan permisivos y fáciles de convencer como el bueno de Oracio, que nunca le gustó el nombre de Camilo, prefería Roberto, aunque aceptó.
Entonces, ¿dónde estaría Camilo? Su cuerpo, mente, y alma, no existirían. O quizá sí, pero ligeramente retocados; otros rasgos, ideas, mentalidad, personalidad, pero el alma, lo que es el alma, la misma. Puede ser, quién sabe. La cuestión es que cada vez que pensaba en ello nuestro querido Camilo, temblaba de miedo. Las piernas se debilitaban, y un sudor descendía por su rostro, como temeroso de que su vida pudiese volver atrás. Antes de ser un feto, y su madre, Florencia, o su padre, Oracio, eligieran otras parejas.
Era el dilema de Camilo, su miedo, su temor. No haber nacido. No saber que hubiese sido de él si todas las premisas comentadas no hubiesen coincidido en el tiempo, en el espacio. ¿Y dónde estaría yo? Se preguntaba. Sabía que su vida era realmente un golpe de suerte; que donde estaba él, podría haber otro niño. Que entre millones de posibilidades, le habían elegido a él. Pero del mismo modo, se estremecía cada vez que pensaba en ello. ¿Qué sería si...? Se preguntaba.
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