Unos segundos después, Rebecca se retiró y se volvió a incorporar al percibir el sonido del agua deslizándose por la pica. Marcos abrió la puerta, un tanto sonrojado, pero con expresión plácida, una sonrisa bobalicona, y unos ojos entreabiertos y relajados. Entonces, salió del lavabo con dos pausadas zancadas, levantó su mano con un gesto pleno de armonía, y agarró la mejilla de Rebecca, agrandando su sonrisa, y seguidamente, la besó. -Lo siento cariño, no podía más. Pensaba que no aguantaría, de verdad, pensaba que no llegaba. - La joven, siempre con una sonrisa en su amable rostro, miró hacia el cielo y balanceó ligeramente la cabeza. Dio media vuelta, y se volvió a la habitación. -¡Eres lo que no hay!- Sugirió desde el fondo del pasillo.
-Lo siento cariño, si supieras en el ascensor, ha sido eterno, parecía que iba cuatro veces más lento que de costumbre. ¡Ese maldito aparato no quería subir!- Rebecca asomó escuetamente la cabeza por la entrada de la habitación, -qué exagerado eres, ya ves tú, porque sabías que estabas a punto de llegar, y claro, el cerebro juega esas malas pasadas.- Su cabeza desapareció nuevamente, como en una representación de marionetas, cuando cambian de acto. -Será eso, pero yo no podía, no podía-, respondió Marcos.
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