Eran apenas las siete de la mañana. Y mientras desayunaba con las noticias televisivas marcando el ritmo de fondo, contemplaba mi taza del desayuno. Mírala ahí, repleta de café con leche, cereales y galletas integrales; sí, de esas galletas que te pones como para convencerte que tendrás un día mejor y más afortunado. Y entre tanta mezcla alimentaria, un recipiente mágico como la taza; con su asa sobresaliendo del cuerpo, para agarrarla meticulosamente, con cariño, como un pellizco duradero, y tan amable que me protege de quemaduras, de abrasarme ligeramente las manos. Todo un detalle.
Ella aguanta lo que sea, es capaz de quedarse minutos y minutos sosteniendo el calor, esperando que yo asiente y decida beber. Nunca decae, ni se queja, solo espera el momento. Es una pequeña héroe del día a día, de lo cotidiano. Solo aguarda servir y estar preparada para el día siguiente. Y la mía es verde, pero eso que más da. Puede ser roja, azul, con dibujos, e incluso de mal gusto, con la cara de un familiar o un mensaje de buenos días. Pero sea como sea, es una luchadora que pocas veces falla, y si lo hace no es por falta de coraje, sino porque ya ha derrochado toda su nobleza, o nosotros le hemos fallado, no supimos abrazarla como debíamos. Quisimos hacer demasiadas cosas a la vez, y la dejamos en un segundo plano, mientras nuestra mente se distraía por otros lugares, y se nos resbaló, la dejamos marchar como ella nunca hubiese hecho.
Y hora que ya estoy terminando el desayuno, la vuelvo a observar. Sigue inmutable, rígida en su tarea. Que egoísta he sido tantas veces al descuidarme de su valía; cuantas veces he dispuesto de sus servicios, y una vez exprimida, la he dejado abandonada, sucia y sin prestarle la más mínima atención. Rodeada de otros héroes utilizados y desatendidos: platos, vasos, tenedores, cucharas, cuchillos, y muchos más, demasiados. Y yo, egoísta como siempre, he priorizado descansar, disfrutar, o realizar cualquier otra actividad. Solo después, cuando he vuelto a requerir de ellos, incluso en momentos de urgencia, he decidido atenderlos.
Vaya, mi pequeña taza, no se como disculparme, y aunque sé que no está bien, y que te diga que no volverá a ocurrir, ambos sabemos que no será así. No será hoy, ni mañana, quizá dentro de cuatro días, pero desgraciadamente, y asumiendo mi vergüenza, volverás a darme más de lo que yo jamás te daré.
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