Hoy no sé que escribir. Pero claro, teniendo un blog como este, he pensado que algo debería escribir. Así que he comenzado a dar vueltas al asunto. Y también literalmente he dado vueltas por el comedor. Como esperando la inspiración divina. Pero nada. Me he sentado en el sofá; he mirado la televisión apagada. ¿Qué esperaba, que saliese la solución de ella? Me he levantado. Me he asomado por la ventana. ¡Ah!, que esplendidas vistas para lograr alguna idea: un patio de luz ruín y lleno de tendederos. Y mi ropa encima por recoger. He levantado la vista mirando al cielo: magnífico, un día nublado. Me he ido a la cocina, nunca se sabe donde uno puede encontrar inspiración. Solo llegar: todos los platos, cubiertos, copas, y demás artilugios de cocina, estaban sucios y por limpiar. Un escalofrío me ha recorrido por todo el cuerpo. He salido de la cocina rápidamente, -no, aquí no encontraré inspiración-.
He dado vueltas por el pasillo. Un pasillo en concordancia con el tamaño del piso. Así que a las cuatro vueltas tenía un mareo bastante notable. Me he ido a la habitación; a lo mejor si me tumbo en la cama y tengo un ligero sueño, puedo conseguir ese tema, ese pretexto para escribir. Pero vaya, en cuanto he entrado a la habitación y he visto la cama sin hacer y todo desordenado, me he vuelto a salir fuera. Total, que como mucho me quedaba el baño para inspirarme. Y vaya, si uno se pone a pensar que obra literaria puede salir de allí, pues... Sí, sí, que nunca se sabe. Pero que no. Creo que no estoy tan desesperado.
Así que me he puesto a reflexionar. He pensado sobre lo que he hecho y lo que he visto. He sintetizado. Y he llegado a una conclusión: que guarra está la casa.
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