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domingo, 3 de julio de 2016
I just called to say love you
Jenny, que te quiero un montón. Que te lo digo de verdad, cari. Que te veo así, con esos ojazos y ese escote, y se me ponen tós los pelos de punta, y el corazón empieza, pum, pum pum, mierda, que parece un taladro de esos de los paletas de las obras. Que se me mueve tó por dentro y me pones burro, ostia puta, Jenny, que me pones burro.
Joder cari, que te lo digo en serio. ¿Dónde vas?¡Espera un momento, que te lo digo en serio! Tia, que yo sin ti no soy nada, que soy como, como una, joder, como, no sé Jenny, no sé... Joder Jenny, que te necesito, que me mola tenerte cerca, ir en coche juntos, entrar a los sitios. ¡Jenny, coño, que te estoy hablando, joder! Me cago en la puta... es que me pones de los nervios, ostia. Joder Jenny tía, cariño, amor, bomboncito. ¡Jenny! Que vengas aquí joder, ¡que vengas aquí Jenny!
¡Jenny! Que... ¡I just called to say love you!

martes, 28 de junio de 2016
Hasta luego, Bud
Hace mucho que no escribía en el Blog; la vida da muchas vueltas, y no es que haya tenido todo el tiempo que quisiera, y si lo tenía, prefería otros quehaceres. Pero hoy, es el día ideal para volver a escribir.
Esta noche me he enterado que ha muerto Bud Spencer. Sí, Bud Spencer. Ese tipo grandullón, con los ojos casi cerrados, fácil de enfadar, pero bonachón y de buen corazón. Ese personaje que con sus películas sencillas y sin pretensiones, hizo disfrutar a millones de familias en todo el mundo en la época de los 70-80-90. ¡Ni más ni menos que tres décadas!
Pero está claro que a Bud Spencer lo recordaremos por sus peculiares películas. En especial, acompañado por Terence Hill, otro personaje tremendamente interesante. Ellos dos, hicieron pasar unas tardes de sobremesa fantásticas a muchas familias. Unieron a nietos, padres, y abuelos, sin más necesidad que divertir durante poco más de una hora con el pretexto de mamporrazos y situaciones absurdas. En mi caso, siempre que pienso en aquellas películas, me viene a la cabeza las risas de mi abuelo, y como era el pretexto perfecto para disfrutar delante de la pantalla. ¡Aquellos tipos pegaban con gracia!
Hace año y medio, paseando por mi barrio, encontré un cofre con "las 20 mejores películas de Bud Spencer y Terence Hill". Lo primero que pensé, es que tenían que ser mías. Y lo segundo, es que una vez en mis manos, las disfrutaría en compañía de mi hijo. Como mi abuelo las disfrutaba conmigo. Porque esos momentos que parecen tan sencillos, tan irrelevantes, a veces son los que te hacen sentir mejor y añorar con más fuerza tiempos pasados.
Bud Spencer seguirá metiendo hostias como panes en el cielo, de eso estoy seguro. Y lo mejor de todo, es que personas como mi abuelo, estarán más entretenidas. Un abrazo.

martes, 14 de julio de 2015
Pequeños Momentos...
Pequeños Momentos son unas ilustraciones acompañadas de curiosos textos, y dedicadas a los más pequeños. ¡Puedes ver más aquí!

lunes, 12 de enero de 2015
La alarma de Granada
Que bonita es la alarma de Granada.
Como señaliza sus colores.
Que bonita es la alarma de Granada.
Como suena en sus labores.
Nino nano, nino nano.
Que bonita es la alarma de Granada.

domingo, 12 de octubre de 2014
La receta del señor
Aquella receta era sencillamente majestuosa; brownie de chocolate sobre un lecho de helado de vainilla semifrío, mezclado con galletas oreo desmenuzadas, y cubierto con un ligero baño de caramelo. Ni pochar, ni hervir, ni nitrógeno líquido, ni demás sandeces culinarías.
Esa, sólo esa, era la receta del señor.
Esa, sólo esa, era la receta del señor.

miércoles, 18 de junio de 2014
Cinco microrelatos irrebatibles
La impresora elegida
Después de mirar en varias tiendas de informática y escuchar a personas que se hacían llamar especialistas del sector, pensé, ¡A la mierda! Y decidí comprarme la impresora que me causó mejor impresión.
Mala elección, Ramírez
Ramírez era un camionero que necesitaba desconectar; todo el día con el camión de arriba a abajo, quilómetros al este, quilómetros al oeste, gasolina entra, gasolina sale. Así que un día decidió ir al cine. Llegó veinte minutos antes a la sesión, se sentó, se acomodó, e intentó relajarse, olvidar el mundo de los camiones. De repente, empezaron los trailers. -¡Hijos de puta!-, exclamó.
El lenguaje es caprichoso
Juanjo era un fanático de la filosofía, de las curiosidades, de enlazar pensamientos y lenguaje. Un día, le comentó a su esposa:
- Cari, ¿te has fijado que la diferencia entre ser libre, o ser un libro, radica en una vocal? Piénsalo. El lenguaje es caprichoso. El zorro es astuto, la zorra, ay, la zorra, es muy diferente. ¿Lo has pillado? Piénsalo, cari, piénsalo.
- Juanjo, cariño, ¿te has fijado en que la diferencia entre dormir o no dormir, radica en que tú te calles de una puta vez?
Salvando el Amazonas
Escuché que estaban matando el Amazonas, que cada vez más, estaba en peligro de desaparecer. ¿Cuántas veces nos cruzamos de brazos ante tantas circunstancias? Entonces, yo quise reaccionar, aportar mi granito de arena. Así que, esa misma tarde, entré en el portal y me compré un Kindle Fire HDX y cuatro libros al azar. Dos semanas después veo que el portal sigue en marcha. ¡Tu también puedes ayudar!
El destino está marcado
Dos de mis mejores amigos, Luis y Ana, eran de aquellas personas que creían que las cosas no pasaban por casualidad. Que si se caía la sal en la mesa, era porque una desgracia iba a suceder. Que si la fecha de nacimiento de uno, coincidía con algún hecho concreto, no era por azar, era por destino. Todo era por evidencia, nada por casualidad. Ahora, viven en Luisiana.
Después de mirar en varias tiendas de informática y escuchar a personas que se hacían llamar especialistas del sector, pensé, ¡A la mierda! Y decidí comprarme la impresora que me causó mejor impresión.
Mala elección, Ramírez
Ramírez era un camionero que necesitaba desconectar; todo el día con el camión de arriba a abajo, quilómetros al este, quilómetros al oeste, gasolina entra, gasolina sale. Así que un día decidió ir al cine. Llegó veinte minutos antes a la sesión, se sentó, se acomodó, e intentó relajarse, olvidar el mundo de los camiones. De repente, empezaron los trailers. -¡Hijos de puta!-, exclamó.
El lenguaje es caprichoso
Juanjo era un fanático de la filosofía, de las curiosidades, de enlazar pensamientos y lenguaje. Un día, le comentó a su esposa:
- Cari, ¿te has fijado que la diferencia entre ser libre, o ser un libro, radica en una vocal? Piénsalo. El lenguaje es caprichoso. El zorro es astuto, la zorra, ay, la zorra, es muy diferente. ¿Lo has pillado? Piénsalo, cari, piénsalo.
- Juanjo, cariño, ¿te has fijado en que la diferencia entre dormir o no dormir, radica en que tú te calles de una puta vez?
Salvando el Amazonas
Escuché que estaban matando el Amazonas, que cada vez más, estaba en peligro de desaparecer. ¿Cuántas veces nos cruzamos de brazos ante tantas circunstancias? Entonces, yo quise reaccionar, aportar mi granito de arena. Así que, esa misma tarde, entré en el portal y me compré un Kindle Fire HDX y cuatro libros al azar. Dos semanas después veo que el portal sigue en marcha. ¡Tu también puedes ayudar!
El destino está marcado
Dos de mis mejores amigos, Luis y Ana, eran de aquellas personas que creían que las cosas no pasaban por casualidad. Que si se caía la sal en la mesa, era porque una desgracia iba a suceder. Que si la fecha de nacimiento de uno, coincidía con algún hecho concreto, no era por azar, era por destino. Todo era por evidencia, nada por casualidad. Ahora, viven en Luisiana.
Etiquetas:
humor,
microrelato,
pensando,
relato

viernes, 8 de noviembre de 2013
Resúmenes literarios
¿Estás estudiando y no tienes tiempo para leerte libros que te envían tus profesores? ¿Cuando quedas con tus amigos y empiezan a ponerse culturillas hablando de libros te sientes fuera del grupo? ¿Quieres quedar bien en tu primera cita haciendo creer a tu pareja que te encanta leer y por lo tanto, tienes una sensibilidad interesante? Estés en la situación que estés, no te preocupes, aquí estamos para ayudarte.
Te presentamos la nueva sección Resúmenes literarios, donde te haremos breves sinopsis literarias para que puedas fardar sin problemas e integrarte en los círculos más exigentes. De momento, aquí tenéis tres resúmenes. Esperamos vuestros comentarios o solicitudes. ¡Próximamente, más!
Te presentamos la nueva sección Resúmenes literarios, donde te haremos breves sinopsis literarias para que puedas fardar sin problemas e integrarte en los círculos más exigentes. De momento, aquí tenéis tres resúmenes. Esperamos vuestros comentarios o solicitudes. ¡Próximamente, más!
Cien años de soledad
Gabriel Garcia MárquezLa historia se centra alrededor de Soledad, una anciana viuda que cumple cien años. De ahí, el título del libro. Con el pretexto del aniversario, el autor nos relata la relación con sus tres hijos: Roberto, Pancracio, y Perfecto, así como los recuerdos que la centenaria tiene, aún latentes, de su marido Felipe -que murió pescando solomillos de atún-. A partir de aquí, descubriremos la tristeza de Soledad. Su mala relación con Pancracio, su predilección por Perfecto, o el secreto que esconde Roberto, el hijo bastardo.
Cinco horas con Mario
Miguel DelibesEn un tanatorio de Salamanca, Pilar aún vela por su marido. Mientras, su nieto Carlos, agobiado y aburrido por la situación y la afluencia de familiares, decide encerrarse en el lavabo y sacar su consola portátil. Allí, trazará una aventura de cinco horas seguidas jugando al Mario Bros, llegando a completar prácticamente todos los níveles y algunos extras, hasta que, ya en el último enemigo, la consola se apaga de forma inesperada por falta de batería. Es entonces cuando Carlos, desolado, decide volver a la sala principal. Allí se percata que sus padres llevaban horas buscándole.
El nombre de la Rosa
Umberto EcoSe trata de una narración cíclica; es decir, el inicio es el final, y el final, es el inicio. Así, desde el principio conocemos a Rosa Romero, una anciana monja que vive en el convento de San Blas de Navarra, y que espera a ser juzgada por sus superiores por hechos que desconocemos. Poco a poco, nos irán desgranando estos hechos, y sobretodo, entenderemos que se debe principalmente al nombre de la protagonista, que realmente no es el suyo. Ella en realidad es Florencia Grande, y durante su adolescencia fue amiga íntima de la auténtica Rosa Romero, quien murió repentinamente de coma etílico en un guateque de la época. Fue entonces cuando Florencia se apoderó de su identidad y viajó a Navarra, donde sabia que el abuelo de Rosa, que no la veía desde los dos años, le había dejado a la joven una cuantiosa valía de galletitas. Toda la trama se descubre décadas después, y Florencia, ahora conocida por todos como Rosa, deberá ser juzgada por ello.

viernes, 19 de julio de 2013
No es lo que parece
Miré la hora en mi móvil, después elevé la mirada al cielo azul. Caían las cinco. Se hicieron mucho daño: Conchi, Laura, Enriqueta, Lucía, y Elena. Vaya caída, pensé. Lástima no haberlo grabado.
Seguí caminando hacia no sé donde, qué sé yo. De repente, noté mucha tensión en el ambiente. Tenía un generador eléctrico justo al lado. Decidí cruzar rápidamente la calle, pues fuese real o imaginación mía, percibía mis pelos erizándose de forma notable.
Al cruzar la calle, divisé un bar a unos veinte metros. Pensé en un café, me iría bien. Me senté, esperé. Seguí esperando. Quizá demasiado. Finalmente vino el camarero. -Póngame un café americano- le dije. -Soy de Palencia señor, pero le pondré el café, ¿Algo más?- me contesto esbozando una sonrisa. -Sí por favor, un diario para leer. Supongo que no tiene el País, pues ya veo que aquí no hay prisa.- le devolví entonces la sonrisa. Se quedó serio. - ¿No le hizo gracia?- le pregunté. -No, me gustó más el Raval- me contestó, devolviéndome la pelota, con un gran revés. -Touché- le dije.
Acabado el café, decidí dar una vuelta por el parque. Los árboles estaban preciosos, verdes, robustos, vigorosos. De repente, una jovencita con un cigarro en la boca me saludó desde un banco. -Ah, ¡la primavera!- exclamé. Y me acerqué a ella. Era mi prima Vera, haciendo sincronizadas caladas antes de entrar a trabajar en el banco.
Marché rápidamente del parque para coger el metro, pues al llegar a casa tenía que medir unos muebles. Después, decidí descansar en mi sofá, con los pies descalzos, y una caña de cerveza. La más molona de todas, pensé. Durante un instante se me pasó por la cabeza encender la tele, pero, ¿para qué diantre quería ver la tele ardiendo? Vaya idea. De repente, me vibró el móvil. Me habían respondido al apalabrados. ¡Chachi!, seis letras, doble de palabra, treinta y dos puntos. Buena tirada. Aprovechando, volví a mirar el reloj del móvil. Ahora sí, ya eran las cinco.
Seguí caminando hacia no sé donde, qué sé yo. De repente, noté mucha tensión en el ambiente. Tenía un generador eléctrico justo al lado. Decidí cruzar rápidamente la calle, pues fuese real o imaginación mía, percibía mis pelos erizándose de forma notable.
Al cruzar la calle, divisé un bar a unos veinte metros. Pensé en un café, me iría bien. Me senté, esperé. Seguí esperando. Quizá demasiado. Finalmente vino el camarero. -Póngame un café americano- le dije. -Soy de Palencia señor, pero le pondré el café, ¿Algo más?- me contesto esbozando una sonrisa. -Sí por favor, un diario para leer. Supongo que no tiene el País, pues ya veo que aquí no hay prisa.- le devolví entonces la sonrisa. Se quedó serio. - ¿No le hizo gracia?- le pregunté. -No, me gustó más el Raval- me contestó, devolviéndome la pelota, con un gran revés. -Touché- le dije.
Acabado el café, decidí dar una vuelta por el parque. Los árboles estaban preciosos, verdes, robustos, vigorosos. De repente, una jovencita con un cigarro en la boca me saludó desde un banco. -Ah, ¡la primavera!- exclamé. Y me acerqué a ella. Era mi prima Vera, haciendo sincronizadas caladas antes de entrar a trabajar en el banco.
Marché rápidamente del parque para coger el metro, pues al llegar a casa tenía que medir unos muebles. Después, decidí descansar en mi sofá, con los pies descalzos, y una caña de cerveza. La más molona de todas, pensé. Durante un instante se me pasó por la cabeza encender la tele, pero, ¿para qué diantre quería ver la tele ardiendo? Vaya idea. De repente, me vibró el móvil. Me habían respondido al apalabrados. ¡Chachi!, seis letras, doble de palabra, treinta y dos puntos. Buena tirada. Aprovechando, volví a mirar el reloj del móvil. Ahora sí, ya eran las cinco.

miércoles, 10 de abril de 2013
Situación entre Sherlock Holmes y Dr. Watson
- Entonces, ¿tiene alguna preferencia de queso para la cena? - dijo Watson-.
- El emmental querido Watson.
- Es usted sorprendente señor Holmes, me responde a una pregunta de opción múltiple como si se tratase de una pregunta dicotómica.
- Elemental querido Watson.
Y así Watson, quedó fascinado de Holmes durante el resto de su vida.
- El emmental querido Watson.
- Es usted sorprendente señor Holmes, me responde a una pregunta de opción múltiple como si se tratase de una pregunta dicotómica.
- Elemental querido Watson.
Y así Watson, quedó fascinado de Holmes durante el resto de su vida.

jueves, 31 de enero de 2013
Le llamaban Carabolt
El caracol más rápido del mundo era capaz de correr los 100 milimetros en menos de 10 minutos. Algunos, de forma merecida, le llamaban CaraBolt, en referencia al corredor jamaicano. Bien, es cierto, esto me lo he inventado, pero diantres, era un juego de palabras que no podía dejar escapar. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. No era un caracol corriente, para nada. Su caparazón rehuía de las formas rechonchas y esféricas de sus compatriotas babosos, y conformaba un elipse aerodinámico que finalizaba en un perfecto borde afilado, capaz de cortar al aire como una espada de un auténtico Samurai. ¿Y qué pasa si te cortan con una espada de Samurai? Pues que exclamas, ¡Ai!, y te vas para el Samur. En fin, perdonad, otro juego de palabras totalmente prescindible. Sigamos.
Pues volviendo a CaraBolt, el caracol hijo del viento, hermano de la luz, padre del rayo, cabe resaltar que tenía un gran futuro por delante. En su ciudad natal, todos le conocían, todos le alababan. Era el orgullo, el ícono de un lugar de caracoles humildes. Cuando participaba en una carrera, las mozas del pueblo babeaban sin cesar al contemplar su estilizado caparazón. Pasó de ser el hijo de un simple caracol de montaña, a convertirse en la estrella de toda una nación de caracoles. El éxito, subió como la espuma; rápido, pero también incontrolable. Y aunque sus ventosas continuaban adheriéndose a cualquier pista de competición, poco a poco, su cabeza empezó a levitar demasiado; nuestro Carabolt, empezó a separar las ventosas del suelo, a sentirse más que el resto de Caracoles: anuncios, contratos multimillonarios, noches de descontrol y lechugas adulteradas conformaban un coctel demasiado peligroso, y que poco a poco fue consumiendo aquel joven caracol de orígenes humildes, de raíces sencillas. Y ante todo, de un futuro prometedor.
Corría entonces el año 1988, y las Olimpiadas de Seul estaban a la vuelta de la esquina; allí se reunieron los mejores atletas del mundo. Los escarabajos peloteros de la Unión Soviética, estandartes del futbol de calle; los insaciables insectos acuáticos norteamericanos, reyes indiscutibles de la piscina; los cienpiés marchistas, una especie siempre persistente; o las hormigas culturistas, entre ellas la bulgara, levantando pesos imposibles. Y entre tanto héroe, nuestro querido caracol: la estrella más solicitada de los juegos, el más aclamado.
Así, entre auténticos ídolos del deporte, fueron pasando los días de competición. Y llego el gran momento: los 100 milimetros lisos. En la parrilla, todos los caracoles fijaron bien sus ventosas al pavimento. El estadio enmudeció, el tiempo se congeló. Y entre la nada, entre el vacío, el juez dio finalmente el pistoletazo de salida. Explotó un rugido de la multitud, al instante que los caracoles comenzaron a deslizar sus babas a toda velocidad. Al cabo de solo 9 minutos y 79 segundos, nuestro héroe cruzó la meta entre gritos y aplausos; un record jamás visto. Se había escrito una nueva página en la historia olímpica. La barrera de los 10 minutos había sido aniquilada con contundencia y claridad.
Todos los periódicos se hicieron eco de la hazaña; decenas de marcas solicitaron la imagen de nuestro querido caracol, y el mundo, en definitiva, se rindió a sus pies. Pero como siempre se suele decir, todo lo que sube, baja. Y tres días después de la exhibición, el mundo quedó paralizado por una terrible noticia: el record de los 9 minutos y 79 segundos, era un espejismo, una mentira, una patraña. En el análisis de babas de la carrera, se habían descubierto restos de estanozocol, un pesticida de lechuga que era capaz de alterar físicamente a los caracoles para otorgar mayo rendimiento. A nuestro caracol, se le había caído la máscara; sus fans, la prensa, toda la opinión pública, quedó desengañada, triste, enfurismada.
Días después, el gran caracol, cayó en el olvido. Tanto, que seguramente nadie recuerda esta historia. Nadie. Nadie.
Pues volviendo a CaraBolt, el caracol hijo del viento, hermano de la luz, padre del rayo, cabe resaltar que tenía un gran futuro por delante. En su ciudad natal, todos le conocían, todos le alababan. Era el orgullo, el ícono de un lugar de caracoles humildes. Cuando participaba en una carrera, las mozas del pueblo babeaban sin cesar al contemplar su estilizado caparazón. Pasó de ser el hijo de un simple caracol de montaña, a convertirse en la estrella de toda una nación de caracoles. El éxito, subió como la espuma; rápido, pero también incontrolable. Y aunque sus ventosas continuaban adheriéndose a cualquier pista de competición, poco a poco, su cabeza empezó a levitar demasiado; nuestro Carabolt, empezó a separar las ventosas del suelo, a sentirse más que el resto de Caracoles: anuncios, contratos multimillonarios, noches de descontrol y lechugas adulteradas conformaban un coctel demasiado peligroso, y que poco a poco fue consumiendo aquel joven caracol de orígenes humildes, de raíces sencillas. Y ante todo, de un futuro prometedor.
Corría entonces el año 1988, y las Olimpiadas de Seul estaban a la vuelta de la esquina; allí se reunieron los mejores atletas del mundo. Los escarabajos peloteros de la Unión Soviética, estandartes del futbol de calle; los insaciables insectos acuáticos norteamericanos, reyes indiscutibles de la piscina; los cienpiés marchistas, una especie siempre persistente; o las hormigas culturistas, entre ellas la bulgara, levantando pesos imposibles. Y entre tanto héroe, nuestro querido caracol: la estrella más solicitada de los juegos, el más aclamado.
Así, entre auténticos ídolos del deporte, fueron pasando los días de competición. Y llego el gran momento: los 100 milimetros lisos. En la parrilla, todos los caracoles fijaron bien sus ventosas al pavimento. El estadio enmudeció, el tiempo se congeló. Y entre la nada, entre el vacío, el juez dio finalmente el pistoletazo de salida. Explotó un rugido de la multitud, al instante que los caracoles comenzaron a deslizar sus babas a toda velocidad. Al cabo de solo 9 minutos y 79 segundos, nuestro héroe cruzó la meta entre gritos y aplausos; un record jamás visto. Se había escrito una nueva página en la historia olímpica. La barrera de los 10 minutos había sido aniquilada con contundencia y claridad.
Todos los periódicos se hicieron eco de la hazaña; decenas de marcas solicitaron la imagen de nuestro querido caracol, y el mundo, en definitiva, se rindió a sus pies. Pero como siempre se suele decir, todo lo que sube, baja. Y tres días después de la exhibición, el mundo quedó paralizado por una terrible noticia: el record de los 9 minutos y 79 segundos, era un espejismo, una mentira, una patraña. En el análisis de babas de la carrera, se habían descubierto restos de estanozocol, un pesticida de lechuga que era capaz de alterar físicamente a los caracoles para otorgar mayo rendimiento. A nuestro caracol, se le había caído la máscara; sus fans, la prensa, toda la opinión pública, quedó desengañada, triste, enfurismada.
Días después, el gran caracol, cayó en el olvido. Tanto, que seguramente nadie recuerda esta historia. Nadie. Nadie.

sábado, 5 de enero de 2013
Cebollín: el amigo que te hace llorar (Cap.1)
Era primavera, los pajaros voleteaban por el cielo azul, y un mantel de hojas cubría el precioso bosque donde se encontraba Villa Verduras, una pequeña aldea repleta de verduras, hortalizas y frutas del bosque. Al oeste, a pocos metros, en lo alto de la colina, la casa de la familia Cepa, papá y mamá cebolla, se llenaba de alegría, pues había nacido su primer hijo: Cebollín.
Aquella pequeña cebolla fue criada en un hogar rebosante de amor y valores; y poco a poco, fue recubriéndose de más y más capas, hasta que llegó el día que sus papás pensaron que estaba preparado para su primer día de colegio.
-Cebollín, hijo mío, ya estás preparado para ir a la escuela. ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer que eras un pequeño bulbo, y mírate, que cantidad de capas.- dijo entusiasmada mamá cebolla, ofreciéndole la mochila y acariciándole suavemente en la cabeza. -Hijo, -prosiguió su padre- todas las verduras del pueblo te esperan en la escuela. Nunca es fácil el primer día, pero eres todo un Cepa. ¡Haz que nos sintamos orgullosos de ti!- Cebollín permaneció callado, alzo la mirada, y regaló una tímida sonrisa a sus padres.
Aquella mañana las calles de Villa Verduras lucían un aspecto vigoroso, vivo y encantador. Los pequeños volvían a juntarse después de unas merecidas vacaciones, mientras los padres sonreían aliviados por el regreso escolar. Tomatito, el hijo de Tomato Rojas, saludaba efusivamente a su gran amigo Pimentín, hijo de la familia Umpimento, de origen italiano, pero asentados en el pueblo desde hacia varios años. Zanahorias, apios, patatas, puerros, y en definitiva, todas las verduras del pueblo circulaban por las calles camino a la escuela Maria del Brocoli, con más de cuarenta años a sus espaldas, y gran responsable de la educación de toda la villa, incluso más allá de las montañas -no era nada extraño encontrar alumnos que provenían de Ciudad Lenteja, o Villa Albahaca-.
Poco a poco se iba acercando la hora del inició del nuevo curso, y mamá Cepa, que había acompañado al pequeño Cebollín hasta la misma puerta de la clase, dejaba escapar sus últimas palabras, tiernas y abundantes de amor, como gran madre que se precie. En el momento que resonó por toda la villa la campana escolar, situada en la fachada verde de Maria del Brocolí, y gran pregonera del inicio de curso.
-Cariño, venga, entra para clase; después te vendré a buscar, ¿vale? - añadió mamá Cepa, al mismo tiempo que regalaba un cálido beso en la frente de Cebollín. -Sí, mamá, te quiero- añadió nuestra pequeña cebolla.
Al poco de unos minutos, la primera clase de parvulario estaba repleta. Cada alumno en su pupitre. Mientras, Doña Maria, profesora con más de veinte años de oficio, repasaba la asistencia y algunos datos más de cada uno de sus alumnos, y se disponía a dar la bienvenida al nuevo curso; miraba arriba, y resoplaba, sabía la importancia de su trabajo, tenía en sus manos el futuro de Villa Verduras; médicos, bomberos, panaderos, mecánicos, cocineros, dibujantes, obreros, quién sabe como evolucionarían aquellas pequeñas verduras todavía verdes y con un mundo por descubrir. Su función era labrarles un futuro, como profesionales, pero sobretodo como verduras.
-Bienvenidos a todos, soy Doña Maria, vuestra profesora durante todo el año. antes de comenzar, nos iremos presentando uno a uno, y espero que así, vayamos conociéndonos mejor.- expulsó finalmente la profesora, ansiosa por dejar atrás la primera toma de contacto.
Los pequeños se fueron presentando uno a uno; cada uno con su personalidad, unos muy tímidos, otros repletos de desparpajo:
-Me llamo Alcachofina, aunque me llaman Fina, y es mi primer año aquí.- dijo la pequeña alcachofa.
-Hola, buenos días a todos, soy Esparraguito...- añadió el bajito espárrago, al tiempo que pedía permiso para ir al lavabo para orinar.
-¿Que tal chicos? Soy Perejilo, ¡y espero hacer muchos amigos!- añadió un confiado y exultante perejil.
Las presentaciones siguieron su curso, hasta llegar a la última fila, donde tímido com siempre, le tocó el turno a nuestro querido Cebollín:
-Ho, hola. Soy Cebollín.- dijo con voz bajita y escondida -Gra, gracias.
Acabadas las presentaciones, la clase empezó, y Doña Maria enseñó sus conocimientos a los más pequeños durante la mañana. Entonces, pasadas unas horas, llegó la hora del recreo.
Aquella pequeña cebolla fue criada en un hogar rebosante de amor y valores; y poco a poco, fue recubriéndose de más y más capas, hasta que llegó el día que sus papás pensaron que estaba preparado para su primer día de colegio.
-Cebollín, hijo mío, ya estás preparado para ir a la escuela. ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer que eras un pequeño bulbo, y mírate, que cantidad de capas.- dijo entusiasmada mamá cebolla, ofreciéndole la mochila y acariciándole suavemente en la cabeza. -Hijo, -prosiguió su padre- todas las verduras del pueblo te esperan en la escuela. Nunca es fácil el primer día, pero eres todo un Cepa. ¡Haz que nos sintamos orgullosos de ti!- Cebollín permaneció callado, alzo la mirada, y regaló una tímida sonrisa a sus padres.
Aquella mañana las calles de Villa Verduras lucían un aspecto vigoroso, vivo y encantador. Los pequeños volvían a juntarse después de unas merecidas vacaciones, mientras los padres sonreían aliviados por el regreso escolar. Tomatito, el hijo de Tomato Rojas, saludaba efusivamente a su gran amigo Pimentín, hijo de la familia Umpimento, de origen italiano, pero asentados en el pueblo desde hacia varios años. Zanahorias, apios, patatas, puerros, y en definitiva, todas las verduras del pueblo circulaban por las calles camino a la escuela Maria del Brocoli, con más de cuarenta años a sus espaldas, y gran responsable de la educación de toda la villa, incluso más allá de las montañas -no era nada extraño encontrar alumnos que provenían de Ciudad Lenteja, o Villa Albahaca-.
Poco a poco se iba acercando la hora del inició del nuevo curso, y mamá Cepa, que había acompañado al pequeño Cebollín hasta la misma puerta de la clase, dejaba escapar sus últimas palabras, tiernas y abundantes de amor, como gran madre que se precie. En el momento que resonó por toda la villa la campana escolar, situada en la fachada verde de Maria del Brocolí, y gran pregonera del inicio de curso.
-Cariño, venga, entra para clase; después te vendré a buscar, ¿vale? - añadió mamá Cepa, al mismo tiempo que regalaba un cálido beso en la frente de Cebollín. -Sí, mamá, te quiero- añadió nuestra pequeña cebolla.
Al poco de unos minutos, la primera clase de parvulario estaba repleta. Cada alumno en su pupitre. Mientras, Doña Maria, profesora con más de veinte años de oficio, repasaba la asistencia y algunos datos más de cada uno de sus alumnos, y se disponía a dar la bienvenida al nuevo curso; miraba arriba, y resoplaba, sabía la importancia de su trabajo, tenía en sus manos el futuro de Villa Verduras; médicos, bomberos, panaderos, mecánicos, cocineros, dibujantes, obreros, quién sabe como evolucionarían aquellas pequeñas verduras todavía verdes y con un mundo por descubrir. Su función era labrarles un futuro, como profesionales, pero sobretodo como verduras.
-Bienvenidos a todos, soy Doña Maria, vuestra profesora durante todo el año. antes de comenzar, nos iremos presentando uno a uno, y espero que así, vayamos conociéndonos mejor.- expulsó finalmente la profesora, ansiosa por dejar atrás la primera toma de contacto.
Los pequeños se fueron presentando uno a uno; cada uno con su personalidad, unos muy tímidos, otros repletos de desparpajo:
-Me llamo Alcachofina, aunque me llaman Fina, y es mi primer año aquí.- dijo la pequeña alcachofa.
-Hola, buenos días a todos, soy Esparraguito...- añadió el bajito espárrago, al tiempo que pedía permiso para ir al lavabo para orinar.
-¿Que tal chicos? Soy Perejilo, ¡y espero hacer muchos amigos!- añadió un confiado y exultante perejil.
Las presentaciones siguieron su curso, hasta llegar a la última fila, donde tímido com siempre, le tocó el turno a nuestro querido Cebollín:
-Ho, hola. Soy Cebollín.- dijo con voz bajita y escondida -Gra, gracias.
Acabadas las presentaciones, la clase empezó, y Doña Maria enseñó sus conocimientos a los más pequeños durante la mañana. Entonces, pasadas unas horas, llegó la hora del recreo.
Un recreo esperado por todos los pequeños del colegio, pero que cambiaría la vida de Cebollín. ¿Qué pasaría? ¿Qué asombrosas circunstancias acecharían a nuestro pequeño? No te pierdas el segundo capítulo, que algún día escibiré, de Cebollín, el amigo que te hace llorar.

martes, 4 de diciembre de 2012
Reflexiones de una persona aburrida: el cepillo de dientes
No sabía qué hacer realmente, así que me dije, oye, pues lávate los dientes, aunque sea por segunda vez y seguramente no exista ninguna necesidad. Me adentré en el lavabo, y localicé mi cepillo de dientes a pocos centímetros de la pica. Lo agarré con mis manos, y de repente, tuve una observación. ¿Cepillo de dientes? ¿Por qué?
¡No! No está compuesto por dientes, ni pertenece a ningún señor que se denomine Dientes. Su nombre, me di cuenta después de reflexionar, era erróneo.
Sí, a partir de ahora, le llamaré "cepillo para los dientes". Ahí está, ese es su nombre. Llevábamos décadas equivocados. Pero de nada, para eso estamos.
Sí, a partir de ahora, le llamaré "cepillo para los dientes". Ahí está, ese es su nombre. Llevábamos décadas equivocados. Pero de nada, para eso estamos.

jueves, 15 de noviembre de 2012
Post-vaga en pre-campaña
Después de un día de vaga general, donde cientos de piquetes me increparon para que no escribiese en mi reconocido blog, y aquí desayunando tranquilamente en casita, viendo la televisión autonómica TV3, comienzan los clásicos anuncios electorales. ¡Cómo se echaban de menos! Y que políticos tan humanos tenemos; que preocupados e involucrados. Siempre rodeados de personas normales, como nosotros.
Y ya llega Mas, el Mesías catalán; pero recuerde señor Artur: a veces más, es menos.
Y ahora aparece en Pere Socialista Catalán. Señor Navarro, he visto piedras en la montaña con más personalidad que usted.
Vaya, la pantalla se vuelve azul; la señora Sanchez Camacho ya está aquí: señora Camacho, las mismas piedras de antes, tenían el doble de expresividad que usted; porque más que votos, parece que usted pide votox.
Ahora ya si que no veo nada. Ah, espera, zoom hacia atrás, zoom out para los cinéfilos; hombre, ¡Papa Junqueras! A usted no le puedo decir nada, ¿cómo podría? ¡Si dan ganas de achucharlo como un osito!
Oigo una voz, pero veo... ¿Tres candidatos? Espera, ah no. Es eco-Herrera y su velocidad radioactiva. A ver señor Herrera: deje el café aunque sea de Comerç Just, y tome algo de tila aunque sea Pompadour.
¿Y los demás partidos? Ah claro, que ya dije que era TV3. Pues nada, que vienen los deportes. Messi, Xavi, Ronaldo,... Continuamos lejos de los humanos de calle.
Y ya llega Mas, el Mesías catalán; pero recuerde señor Artur: a veces más, es menos.
Y ahora aparece en Pere Socialista Catalán. Señor Navarro, he visto piedras en la montaña con más personalidad que usted.
Vaya, la pantalla se vuelve azul; la señora Sanchez Camacho ya está aquí: señora Camacho, las mismas piedras de antes, tenían el doble de expresividad que usted; porque más que votos, parece que usted pide votox.
Ahora ya si que no veo nada. Ah, espera, zoom hacia atrás, zoom out para los cinéfilos; hombre, ¡Papa Junqueras! A usted no le puedo decir nada, ¿cómo podría? ¡Si dan ganas de achucharlo como un osito!
Oigo una voz, pero veo... ¿Tres candidatos? Espera, ah no. Es eco-Herrera y su velocidad radioactiva. A ver señor Herrera: deje el café aunque sea de Comerç Just, y tome algo de tila aunque sea Pompadour.
¿Y los demás partidos? Ah claro, que ya dije que era TV3. Pues nada, que vienen los deportes. Messi, Xavi, Ronaldo,... Continuamos lejos de los humanos de calle.

viernes, 12 de octubre de 2012
Gustavo Adolfo Becker...
...ah, que gran tenista, y a la vez mala persona, era aquella rana dictadora.

jueves, 3 de mayo de 2012
Añicos en las manos
Entró en el hospital con la mano echa añicos; rota, destrozada, caída y arrugada. Con un fuerte color morado. Pero no era el primero. Minutos antes, un joven de 23 años, de facciones orientales, y con aparentes síntomas de dolor, había entrado en el mismo departamento de urgencias, curiosamente, con la mano derecha en estado similar. Pero la coincidencia no acababa aquí. Treinta minutos antes, una joven de 22 años, residente de una población próxima, llegaba al mismo departamento para solicitar ayuda; nuevamente, su mano, como en los casos anteriores, estaba totalmente desaliñada, con un fuerte color rojo, e incapaz de realizar movimientos por sí misma. Pero como las casualidades nunca vienen solas, veinte minutos después del primer chico citado, es decir, el último chico en entrar a urgencias, apareció un joven de 25 años y de nacionalidad francesa con los dedos de su mano derecha totalmente deformados a causa de la rotura de varios huesos y tendones. El departamento de urgencias de Rotorville no daba abasto.
El aluvión de casos seguía sucediéndose. Quince minutos más tarde del chico francés, el de los dedos deformados, aparecían cuatro jóvenes, que habían llegado en un taxi desde la universidad de Sorenson, situada en el pueblo vecino de Roterville, con sus manos derechas en similares condiciones, algunas más coloradas, hinchadas, o deformadas que otras, pero con claras similitudes. Pasaron apenas catorce minutos, y afloró un nuevo caso afín a los anteriores; una joven de 25 años, de casi metro ochenta de altura, se adentraba en los servicios de urgencias con lágrimas merodeando por su rostro y muecas de intenso dolor que deformaban sus pómulos como si los empujaran desde dentro de sus carnes. Tenía todos los huesos de la mano derecha descolocados, fuera de sí, sugiriendo posiciones imposibles; un dedo mirando hacia detrás, otro formando un zigzag, y los tres restantes acurrucados entre ellos, como si se hubiesen abrazado con todas las fuerzas.
El equipo médico no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Y es que durante toda la mañana, gotearon más y más casos. A las doce del mediodía se habían contabilizado cincuenta y tres afectados. Los médicos desconcertados preguntaba a los afectados para ver algo de luz en el origen de todas aquellas coincidencias tan truculentas. Pero era inútil, ninguno recordaba la razón, el momento, la situación, y todo el contexto relacionado con aquellas manos hinchadas, desaliñadas, rotas, y descompuestas. Era como si les hubiesen arrancado pequeño trozo de sus recuerdos; una burbuja en medio de un océano plagado de vivencias. Varios de los pacientes fueron sometidos a rigurosos análisis médicos; se barajaron el alcohol y las drogas, no tanto por la desgarradora apariencia de aquellas manos, sino por el hecho de qué no tuviesen el menor recuerdo de lo sucedido. Pero todos los resultados dieron negativo; si claro, algo de alcohol en la sangre, e incluso drogas por parte de dos pacientes, pero nada relevante. Los síntomas no tenían ningún tipo de relación. -¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- gritó un anciano desde la sala de espera, sosteniendo su bastón en alto, con el rostro rojo y repleto de sudor. La gente durante un suspiro se quedó mirando al anciano, pero después prosiguieron su espera con total normalidad; revistas en mano, y charlas acerca del tiempo y temas sin demasiado interés. A los pocos minutos, mientras el anciano continuaba realizando aspavientos, dos enfermeros se lo llevaron a los boxes de urgencias.
Margarita Truman, una de las enfermeras más longevas del lugar, comentaba con el resto del departamento que nunca había visto, en sus más de cuarenta años de profesión, un hecho similar. ¿Dónde y cómo se habían hecho aquellos jóvenes estos accidentes? Todos presentaban los daños focalizados en las manos, y todos, sin excepción, eran de una apariencia horrenda y desoladora.
A lo largo del día fueron surgiendo más y más casos; se llegaron a contabilizar hasta 64 casos. El hospital estaba desbordado. El tránsito de enfermeros y afectados era constante. La noticia empezó a extenderse como una mancha de aceite; en poco más de media hora llegaron los periodistas locales al hospital. La furgoneta de Rotorville Televisión, con su enorme logo en rojo, no hizo más que atraer a curiosos y personas sin demasiado que hacer; decenas de jubilados dejaron de lado las obras del parque Riverhood, para trasladarse a las medianías del hospital. Poco después, la furgoneta azul de Canal 7, canal republicano de la capital, se estacionó a pocos metros de la puerta de urgencias; privilegio que le otorga ser una de las televisiones más influyentes de la zona. Los flashes, micrófonos, y cámaras, empezaron a balancearse por todas las salas. Y poco a poco, pero sin pausa, llegaron más medios de comunicación al pequeño y concurrido hospital.
-¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- se escuchó nuevamente en la sala de espera. El silencio se hizo, como si alguien hubiese pulsado al botón de mute en el momento más álgido de una película. Nuevamente, el anciano había aparecido en la sala. -¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- reiteró. Reporteros, pacientes, trabajadores del hospital, y curiosos del lugar, quedaron paralizados observando al viejo, sin saber como reaccionar ni avanzar en tan disparatada situación. -¡Fue hace 40 años!, también en Rotorville- prosiguió el longevo hombre, aprovechando las miradas de atención de la multitud -Decenas de personas tuvieron los mismos síntomas, yo mismo acabé con la mano destrozada aquel 30 de Abril... uno de los días más negros que recuerdo. Pero misteriosamente, al día siguiente, nadie recordaba nada. ¡Nadie! Solo yo y Frankie, mi viejo amigo Frankie, mantuvimos vagos recuerdos de aquel hecho. Y lo sé, estoy convencido, que aquello no fue provocado por humanos, ni animales, ni ningún elemento de nuestro planeta. Fueron ellos, los extraterrestres. ¡Fueron los extraterrestres, y han regresado!-.
-Que mal rollo de abuelo- exclamó de uno de los curiosos. Hecho que provocó que el silencio se desplazara, y toda la multitud, ignorando al anciano, prosiguiese con sus preguntas, murmullos, flashes, y rutina del momento.
El día prosiguió con el mismo ajetreo hasta llegada la madrugada, donde no se contabilizó ningún caso más. Al día siguiente, nadie recordaba nada. El pueblo amaneció como siempre, y los jóvenes lisiados, tenían un popurrí de historias variadas para describir sus lesiones; me pillé con una puerta, fue jugando a la consola durante horas, o se me cayó la televisión encima mientras limpiaba en el comedor. Todo eran recuerdos erróneos, falsos. Ni siquiera constaban los hechos en las retransmisiones de Canal 7 o Rortoville Televisión del día anterior; ni en la memoria de los televidentes, ni en los archivos de los canales. Nadie, nadie, recordaba nada. Pero tampoco tenían ningún vacío, pues los recuerdos de aquel día, habían estado suplantados.
Bueno, nadie nadie, no. Hay alguien, un viejo loco, que aún guardaba un recuerdo blindado en su memoria. Aunque desgraciadamente, nadie le creía.
El aluvión de casos seguía sucediéndose. Quince minutos más tarde del chico francés, el de los dedos deformados, aparecían cuatro jóvenes, que habían llegado en un taxi desde la universidad de Sorenson, situada en el pueblo vecino de Roterville, con sus manos derechas en similares condiciones, algunas más coloradas, hinchadas, o deformadas que otras, pero con claras similitudes. Pasaron apenas catorce minutos, y afloró un nuevo caso afín a los anteriores; una joven de 25 años, de casi metro ochenta de altura, se adentraba en los servicios de urgencias con lágrimas merodeando por su rostro y muecas de intenso dolor que deformaban sus pómulos como si los empujaran desde dentro de sus carnes. Tenía todos los huesos de la mano derecha descolocados, fuera de sí, sugiriendo posiciones imposibles; un dedo mirando hacia detrás, otro formando un zigzag, y los tres restantes acurrucados entre ellos, como si se hubiesen abrazado con todas las fuerzas.
El equipo médico no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Y es que durante toda la mañana, gotearon más y más casos. A las doce del mediodía se habían contabilizado cincuenta y tres afectados. Los médicos desconcertados preguntaba a los afectados para ver algo de luz en el origen de todas aquellas coincidencias tan truculentas. Pero era inútil, ninguno recordaba la razón, el momento, la situación, y todo el contexto relacionado con aquellas manos hinchadas, desaliñadas, rotas, y descompuestas. Era como si les hubiesen arrancado pequeño trozo de sus recuerdos; una burbuja en medio de un océano plagado de vivencias. Varios de los pacientes fueron sometidos a rigurosos análisis médicos; se barajaron el alcohol y las drogas, no tanto por la desgarradora apariencia de aquellas manos, sino por el hecho de qué no tuviesen el menor recuerdo de lo sucedido. Pero todos los resultados dieron negativo; si claro, algo de alcohol en la sangre, e incluso drogas por parte de dos pacientes, pero nada relevante. Los síntomas no tenían ningún tipo de relación. -¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- gritó un anciano desde la sala de espera, sosteniendo su bastón en alto, con el rostro rojo y repleto de sudor. La gente durante un suspiro se quedó mirando al anciano, pero después prosiguieron su espera con total normalidad; revistas en mano, y charlas acerca del tiempo y temas sin demasiado interés. A los pocos minutos, mientras el anciano continuaba realizando aspavientos, dos enfermeros se lo llevaron a los boxes de urgencias.
Margarita Truman, una de las enfermeras más longevas del lugar, comentaba con el resto del departamento que nunca había visto, en sus más de cuarenta años de profesión, un hecho similar. ¿Dónde y cómo se habían hecho aquellos jóvenes estos accidentes? Todos presentaban los daños focalizados en las manos, y todos, sin excepción, eran de una apariencia horrenda y desoladora.
A lo largo del día fueron surgiendo más y más casos; se llegaron a contabilizar hasta 64 casos. El hospital estaba desbordado. El tránsito de enfermeros y afectados era constante. La noticia empezó a extenderse como una mancha de aceite; en poco más de media hora llegaron los periodistas locales al hospital. La furgoneta de Rotorville Televisión, con su enorme logo en rojo, no hizo más que atraer a curiosos y personas sin demasiado que hacer; decenas de jubilados dejaron de lado las obras del parque Riverhood, para trasladarse a las medianías del hospital. Poco después, la furgoneta azul de Canal 7, canal republicano de la capital, se estacionó a pocos metros de la puerta de urgencias; privilegio que le otorga ser una de las televisiones más influyentes de la zona. Los flashes, micrófonos, y cámaras, empezaron a balancearse por todas las salas. Y poco a poco, pero sin pausa, llegaron más medios de comunicación al pequeño y concurrido hospital.
-¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- se escuchó nuevamente en la sala de espera. El silencio se hizo, como si alguien hubiese pulsado al botón de mute en el momento más álgido de una película. Nuevamente, el anciano había aparecido en la sala. -¡Extraterrestres, han sido los extraterrestres!- reiteró. Reporteros, pacientes, trabajadores del hospital, y curiosos del lugar, quedaron paralizados observando al viejo, sin saber como reaccionar ni avanzar en tan disparatada situación. -¡Fue hace 40 años!, también en Rotorville- prosiguió el longevo hombre, aprovechando las miradas de atención de la multitud -Decenas de personas tuvieron los mismos síntomas, yo mismo acabé con la mano destrozada aquel 30 de Abril... uno de los días más negros que recuerdo. Pero misteriosamente, al día siguiente, nadie recordaba nada. ¡Nadie! Solo yo y Frankie, mi viejo amigo Frankie, mantuvimos vagos recuerdos de aquel hecho. Y lo sé, estoy convencido, que aquello no fue provocado por humanos, ni animales, ni ningún elemento de nuestro planeta. Fueron ellos, los extraterrestres. ¡Fueron los extraterrestres, y han regresado!-.
-Que mal rollo de abuelo- exclamó de uno de los curiosos. Hecho que provocó que el silencio se desplazara, y toda la multitud, ignorando al anciano, prosiguiese con sus preguntas, murmullos, flashes, y rutina del momento.
El día prosiguió con el mismo ajetreo hasta llegada la madrugada, donde no se contabilizó ningún caso más. Al día siguiente, nadie recordaba nada. El pueblo amaneció como siempre, y los jóvenes lisiados, tenían un popurrí de historias variadas para describir sus lesiones; me pillé con una puerta, fue jugando a la consola durante horas, o se me cayó la televisión encima mientras limpiaba en el comedor. Todo eran recuerdos erróneos, falsos. Ni siquiera constaban los hechos en las retransmisiones de Canal 7 o Rortoville Televisión del día anterior; ni en la memoria de los televidentes, ni en los archivos de los canales. Nadie, nadie, recordaba nada. Pero tampoco tenían ningún vacío, pues los recuerdos de aquel día, habían estado suplantados.
Bueno, nadie nadie, no. Hay alguien, un viejo loco, que aún guardaba un recuerdo blindado en su memoria. Aunque desgraciadamente, nadie le creía.

miércoles, 25 de enero de 2012
Un socorrista en el Salvador
Un carpintero en Madeira; un verdulero en Bruselas; un cocinero en Frankfurt; un florista en Florencia, y otro en Florida; un barman en Ginebra; un frutero en Macedonia; un cervecero en Malta; un marinero en Puerto Rico; un talador en la Sierra; un físico en Valencia; un militar en Granada; un aviador en Buenos Aires; un joyero en Mar del Plata; un curandero en Brujas; un panadero en Viena, y otro en Panamá; un pastelero en Santiago, y otro en Sucre; un domador en Lyon; un pizzero en Isla Margarita; un banquero en Costa Rica; un policía en Polinesia, y otros tres en Tripoli; un doctor y sacerdote en Curaçao; un ginecólogo en los Paises Bajos; un barbero en Barbados; un sastre en las Bermudas, otro en Abuja, y otro en Jersey; un pescador en Anguila; un sargento en Cabo Verde; un vagabundo en Ghana; un socorrista en El Salvador; un cristiano en Santa Fe; un marisquero en Gambia; un minero en Honduras; un pescador en Islas Salomón; una prostituta en Islas Virgenes; una chacha en Lieja; un astronauta en Houston; un dictador en Tirana; un pacifista en La Paz; un surfista en Praia; un nadador en Ottawa, y otro en Managua; un sacerdote en San José; un técnico de elevadores en Suva; un jugador de poker en Yakarta; un profesor de aeróbic en Nairobi; un carnicero en Biskek; un sucio en Damasco, y un limpio en Malabo; un cristalero en Vientiane; un lingüista en Lilongüe; un urólogo en Numea; un dentista en Mascate; un herrero en Lima; un encantador de serpientes en Lisboa; un moroso en Pago Pago; un jugador en Victoria, y otro en Vitoria; un detective en Colombo; un productor de cine en Montevideo, y otro en Columbia; un asesino en Mata-utú; un pagés en Hararé; un medico en Saná; un atleta en Sudán; un enano en Micronesia; un ciego en Berna; un fiestero en Santo Domingo; un humorista en Riad, y otro en San José de Chiquitos; un bonachón en Amman; un músico en Little Rock; un tímido en Colorado;
...y un aburrido aquí sentado.
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humor,
pensando

sábado, 12 de noviembre de 2011
Memoria destilada
Señor comisario, no se enfade conmigo, estoy indagando cuanto puedo en mi memoria; que ya lo consiga, es otra historia. Recuerdo que aquella noche me bebí dos copas de ron, porrom pom pom, chim pom. Después dos copas de champán, parram pam pam, chim pam. Y cuando la noche abrazaba a la mañana, y la luna y el sol se saludaban, acabé con tres cubatas de malibú, param pam pum, chim pum.
Y aunque no lo crea, aquel fue un día sin demasiado alcohol; porque me salté mi querido pacharán, que me tomo en un pim pam. Ni visité a mi Tía María, pues de ron ya tenía suficiente, y el café me era indiferente. Pero ya le digo mi comisario, de aquella noche no tengo ni un solo recuerdo que le pueda ayudar, por lo menos de momento, quizá después, ya será otro cantar.
Aunque ahora que lo dice, y no sé si le puede interesar, recuerdo sonidos estridentes, y luces moviéndose al compás. Una burbuja que sube por mi cabeza se ha topado con alguna pared, ha explotado, y mire, me lo ha hecho rememorar. Espere, espere, que creo que me viene más, dos burbujitas acaban de colisionar. Ahora mismo miro al suelo, y todo está normal, pero aquella noche tenía un suelo algo inusual; líneas blancas y grises se acompañaban sin llegarse a tocar, como aquellos amigos de siempre que sabes que nada pasará. Ay, mi cabeza, me ha dado una sacudida. Aguarde, aguarde, exacto, otra burbuja se ha dado cita. Creo recordar, o por lo menos parece real, que había alguna relación entre los sonidos y las líneas, pues mientras admiraba con cierta borrosidad ese suelo rayado, me viene con paupérrimos detalles que los sonidos no eran nada agradables; no, no parecían de personas, no eran ni gritos ni lamentos, eran una chispa estridentes. Lo siento comisario, pero no me viene nada más, entienda que estoy algo cansado, sea benevolente.
Puf, que dolor de cabeza. Y no se enfade conmigo comisario, que acordarme de algo ya es toda una proeza. A ver, por donde dejé la declaración de aquella noche; ah sí, en el suelo de rayas y los sonidos de los coches. ¡Vaya! Que memoria más traviesa, que ahora se presenta con detalle, está claro que un hecho se me desnuda, aquellos sonidos eran de bocina, de los coches que pasaban por la calle. Y aquellas luces que bailaban, en perfecto balanceo, quizá eran coches que me esquivaban, porque lo reconozco comisario, seguramente iba un poco peo. Ay, mi comisario, que va a ser que no me han secuestrado. Que lo mismo fui yo el que se durmió en calzoncillos en aquel escampado.
Y aunque no lo crea, aquel fue un día sin demasiado alcohol; porque me salté mi querido pacharán, que me tomo en un pim pam. Ni visité a mi Tía María, pues de ron ya tenía suficiente, y el café me era indiferente. Pero ya le digo mi comisario, de aquella noche no tengo ni un solo recuerdo que le pueda ayudar, por lo menos de momento, quizá después, ya será otro cantar.
Aunque ahora que lo dice, y no sé si le puede interesar, recuerdo sonidos estridentes, y luces moviéndose al compás. Una burbuja que sube por mi cabeza se ha topado con alguna pared, ha explotado, y mire, me lo ha hecho rememorar. Espere, espere, que creo que me viene más, dos burbujitas acaban de colisionar. Ahora mismo miro al suelo, y todo está normal, pero aquella noche tenía un suelo algo inusual; líneas blancas y grises se acompañaban sin llegarse a tocar, como aquellos amigos de siempre que sabes que nada pasará. Ay, mi cabeza, me ha dado una sacudida. Aguarde, aguarde, exacto, otra burbuja se ha dado cita. Creo recordar, o por lo menos parece real, que había alguna relación entre los sonidos y las líneas, pues mientras admiraba con cierta borrosidad ese suelo rayado, me viene con paupérrimos detalles que los sonidos no eran nada agradables; no, no parecían de personas, no eran ni gritos ni lamentos, eran una chispa estridentes. Lo siento comisario, pero no me viene nada más, entienda que estoy algo cansado, sea benevolente.
Puf, que dolor de cabeza. Y no se enfade conmigo comisario, que acordarme de algo ya es toda una proeza. A ver, por donde dejé la declaración de aquella noche; ah sí, en el suelo de rayas y los sonidos de los coches. ¡Vaya! Que memoria más traviesa, que ahora se presenta con detalle, está claro que un hecho se me desnuda, aquellos sonidos eran de bocina, de los coches que pasaban por la calle. Y aquellas luces que bailaban, en perfecto balanceo, quizá eran coches que me esquivaban, porque lo reconozco comisario, seguramente iba un poco peo. Ay, mi comisario, que va a ser que no me han secuestrado. Que lo mismo fui yo el que se durmió en calzoncillos en aquel escampado.

martes, 9 de agosto de 2011
El poeta del pueblo
En mi pueblo yo soy el gran poeta, aquel que repudia el coche y usa bicicleta. Cuando la gente me mira hago vista perdida, me acaricio la barbilla, así quedo interesante, y nadie pilla mi mentira. Aguantando un libro deteriorado en mano, camino hacia el parque, observo las madres de buen ver, y me siento en el banco más cercano. Mirada puesta en el cielo, saco una pluma caligráfica y hago como que anoto, simulo haber encontrado una inspiración entre el alboroto. Suspiro, bajo la mirada, y empiezo la lectura; pero realmente no estoy leyendo, es todo tomadura. Pero las madres en mi ya se han fijado; este tipo no es rudo y basto como mi marido, seguro que es cariñoso, sensible, y amoroso, ¡Qué distinguido! Y yo mientras imagino, dibujo una sonrisa, miro a esas mujeres, suspiro y cruzo las piernas, todo paulatino. Ellas se apresuran con sus hijos y rehuyen miradas, pero es normal, están intimidadas. Entonces, vuelvo a mi barbilla, la acaricio sensualmente, estoy que me salgo, no soy un tipo corriente.
Las madres ya se han marchado, realmente las he impresionado. Cojo el libro viejo y camino con talante, manos en la espalda, mirada segura, siempre relevante. Ahora toca ruta por la calle, como gran poeta que indaga inspirarse, que anhela encontrar la llave. Descanso delante los aparadores, para crear tensión e incertidumbre, los comerciantes desde dentro arrinconan sus labores; ahora soy yo el foco de aquel instante, ha llegado el hombre más importante. Personas que se cruzan en el camino me saludan con admiración; les dedico un ligero gesto, poco más, hay que mantener la reputación.
Pasada la tarde, me sitúo en la plaza más concurrida, y con pausa y delicadeza extraigo mi reloj de bolsillo, mientras con la otra mano acaricio el cinturón, desplazo mi mano suavemente por la hebilla, y como no, acto seguido me sobo la barbilla. Ya me puedo ir para casa, ya he pasado el día, sigo siendo ese gran hombre, poeta inalcanzable de la muchedumbre.
Las madres ya se han marchado, realmente las he impresionado. Cojo el libro viejo y camino con talante, manos en la espalda, mirada segura, siempre relevante. Ahora toca ruta por la calle, como gran poeta que indaga inspirarse, que anhela encontrar la llave. Descanso delante los aparadores, para crear tensión e incertidumbre, los comerciantes desde dentro arrinconan sus labores; ahora soy yo el foco de aquel instante, ha llegado el hombre más importante. Personas que se cruzan en el camino me saludan con admiración; les dedico un ligero gesto, poco más, hay que mantener la reputación.
Pasada la tarde, me sitúo en la plaza más concurrida, y con pausa y delicadeza extraigo mi reloj de bolsillo, mientras con la otra mano acaricio el cinturón, desplazo mi mano suavemente por la hebilla, y como no, acto seguido me sobo la barbilla. Ya me puedo ir para casa, ya he pasado el día, sigo siendo ese gran hombre, poeta inalcanzable de la muchedumbre.

jueves, 2 de junio de 2011
Pe depé
En la casa de los Pés, Pepe era el papá de Pepito, y cuando encontraba un instante de soledad, se sentaba desahogado en su butaca, disfrutando de una buena pipa, inhalando humo, desplazando sus problemas, aplazando responsabilidades. A esto que llegaba Pepito, gritando y dando brincos, que si papá me he hecho pupa, que si papá me he hecho popó, que si papá que tengo pipi, y venga, el papá a aguantar todo el paripé. Que en esto que llega la Pepa, la mamá de Pepito, y el niño mimado deja a Pepe de lado, y ahora le toca a la Pepa. Pepa, Pepa, Pepa, que nunca le quiso llamar mamá, que si tengo pupa, popó, o pipi. Que niño más edulcorado, que niño más papanatas. En eso que llega el abuelo Papito, que al niño no le echéis la culpa, que la culpa es solo vuestra; que jamás he visto una manera más paupérrima de educar un niño que la realizada con Pepito. ¡Papá, por favor! Ahora será solo culpa nuestra, salta Pepe refunfuñando, harto de no poder disfrutar su pipa, y de aguantar los sermones de su papá. El niño mientras, a lo suyo, que tengo pupa, que tengo popó, que tengo pipi, que si papa, que si Pepa, que si Papito: pe, perepé, pe, parapá, aquí estoy yo, hacedme caso, que no pienso parar.
Papito discutiendo con Pepe, y Pepito gritando bien alto; la pobre Pepa mirándose la barriga, que ya pronto llegará Pepita, que si pañales y papilla, y aquello es un popurrí descontrolado. Vaya panorama de P, vaya gran P, que esto más que una casa, parece un burdel.
Papito discutiendo con Pepe, y Pepito gritando bien alto; la pobre Pepa mirándose la barriga, que ya pronto llegará Pepita, que si pañales y papilla, y aquello es un popurrí descontrolado. Vaya panorama de P, vaya gran P, que esto más que una casa, parece un burdel.

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