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domingo, 12 de octubre de 2014

La receta del señor

Aquella receta era sencillamente majestuosa; brownie de chocolate sobre un lecho de helado de vainilla semifrío, mezclado con galletas oreo desmenuzadas, y cubierto con un ligero baño de caramelo. Ni pochar, ni hervir, ni nitrógeno líquido, ni demás sandeces culinarías.

Esa, sólo esa, era la receta del señor.

sábado, 7 de septiembre de 2013

La soberbia española

A pocas horas de darse a conocer la adjudicación de los Juegos Olímpicos de 2020, donde Madrid es una de las tres finalistas junto a Tokio y Estambul, me pongo a hojear diferentes diarios nacionales, tanto de carácter serio, como humorístico. Y es en esta faceta, donde llego hasta el panfleto deportivo Marca. Allí, entre las numerosas noticias relacionadas, puedo leer una entrevista a Felipe Reyes, el jugador de baloncesto del Real Madrid, en la cual afirma: "Tokio y Estambul no tienen tan grandes deportistas como España". Después de leer esto, suspiro, cierro los ojos, y con calma, vuelvo a abrirlos. Entonces, me viene a la cabeza la soberbia española. Aquella que está presente en la manera de hacer, desde tiempos inmemoriables, en parte de sus ciudadanos, y representada ejemplarmente por políticos y famosos. Dicha soberbia, viene dada muchas veces por puro egocentrismo, pero desgraciadamente, en otras oasiones, es sencillamente por ignorancia, por paletismo nacional. 

El señor Reyes debería entender que para ensalzar la candidatura española, no hace falta menospreciar al resto, y mucho menos, desde la ignorancia. Es cierto, en España hay deportistas de gran renombre internacional. Sobretodo en deportes como fútbol, baloncesto, tenis, balonmano, etc. Pero quizá este señor no entiende que unos juegos olímpicos se componen de deportes olímpicos, quizá no de tanta repercusión como los citados, pero igual de importantes y respetables. De hecho, son los éxitos de estos deportes minoritarios, o no tan famosos, los que miden la verdadera infraestructura y organización deportiva de un país.

Pero volviendo a la frase citada, menospreciar al resto de países sin informarse, es hacer el ridículo. Porque el señor Felipe debería revisar el medallero Olímpico, donde apreciaría que incluso en la mejor época del deporte Español, Japón nos duplica o triplica en éxitos. Sin ir más lejos, en los pasados juegos, Japón consiguió 38 medallas (7 de oro, 14 de plata, y 17 de bronce). Mientras que España, se quedó en 17 medallas (3 de oro, 10 de plata, y 4 de bronce). Aún así señor Reyes, ¿no conoce ningún deportista japonés? Pues hágaselo mirar, quizá es que entiende del resto de deportes como la señora Ana Botella de inglés.

Pero que más da. El señor Reyes llega a Buenos Aires para reforzar la candidatura, diciendo sandeces o mentiras, mostrando soberbia o ignorancia. También están por allí muchos más deportistas españoles de renombre; acompañados por políticos corruptos y de dudosos conocimientos deportivos. Todos, viajan con nuestro dinero, está claro. Toda la candidatura está subvencionada con el dinero de los ciudadanos de un país que se retuerce de dolor, que vive una época de austeridad económica, con un paro alrededor del 26%, y rebajando servicios sociales como sanidad y educación. Como pretexto, nos dicen que es algo necesario y que supondrá un empujón enorme para cambiar esta situación. Nos aseguran que no solo saldrá ganando Madrid, sino todas las regiones de este resquebrajado país. Otra vez más, como en el caso de Felipe, uno no sabe si es por la manía de mentir, o si es por pura ignorancia. Si no, que se lo pregunten a Grecia, que celebró los Juegos Olímpicos de 2004. ¿Mejoró el país? ¿Les dio un empujoncito? Sí, sí, los Griegos desde entonces viven de "puta madre".

Pero bueno, veremos que pasa esta noche. Ya falta menos para saber si nuestros políticos podrán venirse con la sonrisa de saber que a partir de hoy, podrán volver a sacar partido de la construcción, adjudicar obras a dedo, y embolsarse parte de ellas. Al tiempo que miles de personas hacen de voluntarios sin cobrar ni un solo euro para que podamos presumir ante el mundo de tener espíritu olímpico. ¿Espíritu Olímpico? Los cojones.

jueves, 8 de marzo de 2012

Reflexiones de una persona aburrida: en la modista

Crucé la calle para dirigirme a la modista; después de arreglar dos días antes la chaqueta por unas roturas axilares, que no auxiliares, me agaché en el supermercado para coger un cartón de leche, y la pobre cremallera se resquebrajó con cierto dramatismo. Total, otra vez a la modista. Pues como iba diciendo, crucé la calle. Llegué a la modista que posaba relajada un bordado de hilo a una clienta, y entonces, pensé: si esto estuviera lleno de gente... ¿Estaría desbordado?

Y me puse a sonreír tímidamente. Qué ocurrencia, oye.

martes, 1 de noviembre de 2011

Barreras inexplicables

# Artículo publicado en la revista informativa de ASEM Catalunya
# Descargar revista en formato PDF

Para fortuna de todos, con el paso de los años las instituciones públicas
han evolucionado hacia una mayor sensibilidad y preocupación en lo
referente a las barreras arquitectónicas en ciudades y poblaciones. Está
claro que todo no se puede arreglar de la noche a la mañana, hay un
proceso, y aún queda mucho trabajo por hacer. Permanecen muchas barreras
por eliminar, y aún existen demasiadas situaciones comprometidas para
aquellas personas que no tenemos una movilidad plena; situaciones que en
muchos casos no son perceptibles para el resto de los ciudadanos, y
posiblemente pasan desapercibidas. El simple hecho de tener dos escalones,
lo que para la mayoría son simplemente dos zancadas, para personas con
movilidad reducida puede ser un mundo.

Y como bien comentaba, a veces se puede entender que esto es un proceso,
que requiere un tiempo; que al igual que hace diez años estábamos mucho
peor,  dentro de diez años la situación será mucho mejor que la actual.
Pero dicho esto, y centrándome en la capital catalana, Barcelona, me
gustaría criticar algunos detalles que no tienen explicación. Detalles que
no permiten justificación de proceso, ni ningún tipo de compasión. Que no
requieren esperar, sino exigir.
Vamos a la estación del Clot, una de las importantes de la capital. Una
estación donde se congregan varias líneas de metro y ferrocarriles, y
donde pasan miles de personas cada día. Pues bien, en un lugar tan
importante y concurrido, vemos con asombro como aún a día de hoy existen
un gran número de barreras arquitectónicas. Bastante inexplicables, cabe
remarcar. Nada más bajar de la línea roja del metro, la L1, tenemos una
gran cascada de escalones para salir de la estación o acceder al camino de
ferrocarriles. Ni escaleras eléctricas ni ascensores. ¿Se han preguntado
los responsables del transporte metropolitano, cómo una persona con
problemas de movilidad puede acceder por si sola a una estación tan
importante? Si los problemas de movilidad son leves, pues coges aire, y te
enfrentas a un gran número de escaleras, dando por sentado que todas las
miradas de los demás ciudadanos se clavarán en tus anomalías, e incluso se
enojaran por no poder avanzar con total normalidad -para muchos, el tiempo
es demasiado importante-. Pero si además tienes una movilidad muy
reducida, ni coger aire ni echarle agallas. Sencillamente no se puede; la
independencia, en lo relativo a la movilidad, queda echa añicos.

Podríamos pensar que estamos ante un ejemplo de paciencia; que aún no se
han podido eliminar las barreras. Pero no, en este caso debemos exigir y
pedir explicaciones. Porque si avanzamos por el pasillo que nos lleva a la
Renfe y a varías salidas del exterior, veremos ante nuestro asombro que
tenemos un nuevo cúmulo de escaleras. En el mejor caso, en el acceso a la
Renfe, solo existen unas escaleras eléctricas para subir, pero nada para
bajar. Y ademas, una vez abajo, tenemos tres series de dos escalones,
puestos más que nada para joder, como se diría coloquialmente, y que aún
dificulta más el acceso a Rodalies. Pero no está todo explicado, porque
una vez pasamos el billete y queremos acceder a cualquier andén, volvemos
a vernos en la misma situación. Escalones y más escalones, sin más
alternativa que pasar por ellos. ¿Realmente los responsables de la
estación no se han percatado de la cantidad de obstáculos que hay para
viajar en un tren o metro que después presumen de adaptados? Pero la
indignación no viene únicamente por lo comentado hasta ahora. No. Lo peor
está por llegar. Y lo peor, es que mientras nos indignamos con todo este
recorrido, observamos atónitos como hace apenas uno o dos años, se
hicieron obras en la zona de Renfe, donde se situaron unas oficinas bien
monas: con sus enormes vidrios, la imagen corporativa, y paredes de
mármol; todo, con la última tecnología en el interior. Pero a nadie se le
ocurrió aprovechar ese momento para gastar una pequeña parte de dicho
presupuesto; en adaptar un poquito más la estación, y pensar en los que
más difícil lo tienen. Ni unas sencillas rampas, ni un ascensor, ni nada.
El dinero se quedó en las oficinas, que eso sí, lucen mucho y permiten
fardar de infraestructuras.

Y hoy hablamos del Clot, pero podríamos hablar de tantas otras
estaciones... La cuestión es que hablemos, y sepamos cuando hay que
esperar o exigir. Y en este caso, hay que exigir.

martes, 9 de agosto de 2011

El poeta del pueblo

En mi pueblo yo soy el gran poeta, aquel que repudia el coche y usa bicicleta. Cuando la gente me mira hago vista perdida, me acaricio la barbilla, así quedo interesante, y nadie pilla mi mentira. Aguantando un libro deteriorado en mano, camino hacia el parque, observo las madres de buen ver, y me siento en el banco más cercano. Mirada puesta en el cielo, saco una pluma caligráfica y hago como que anoto, simulo haber encontrado una inspiración entre el alboroto. Suspiro, bajo la mirada, y empiezo la lectura; pero realmente no estoy leyendo, es todo tomadura. Pero las madres en mi ya se han fijado; este tipo no es rudo y basto como mi marido, seguro que es cariñoso, sensible, y amoroso, ¡Qué distinguido! Y yo mientras imagino, dibujo una sonrisa, miro a esas mujeres, suspiro y cruzo las piernas, todo paulatino. Ellas se apresuran con sus hijos y rehuyen miradas, pero es normal, están intimidadas. Entonces, vuelvo a mi barbilla, la acaricio sensualmente, estoy que me salgo, no soy un tipo corriente.

Las madres ya se han marchado, realmente las he impresionado. Cojo el libro viejo y camino con talante, manos en la espalda, mirada segura, siempre relevante. Ahora toca ruta por la calle, como gran poeta que indaga inspirarse, que anhela encontrar la llave. Descanso delante los aparadores, para crear tensión e incertidumbre, los comerciantes desde dentro arrinconan sus labores; ahora soy yo el foco de aquel instante, ha llegado el hombre más importante. Personas que se cruzan en el camino me saludan con admiración; les dedico un ligero gesto, poco más, hay que mantener la reputación.
Pasada la tarde, me sitúo en la plaza más concurrida, y con pausa y delicadeza extraigo mi reloj de bolsillo, mientras con la otra mano acaricio el cinturón, desplazo mi mano suavemente por la hebilla, y como no, acto seguido me sobo la barbilla. Ya me puedo ir para casa, ya he pasado el día, sigo siendo ese gran hombre, poeta inalcanzable de la muchedumbre.

lunes, 25 de julio de 2011

Reflexiones de una persona aburrida: la taza

Eran apenas las siete de la mañana. Y mientras desayunaba con las noticias televisivas marcando el ritmo de fondo, contemplaba mi taza del desayuno. Mírala ahí, repleta de café con leche, cereales y galletas integrales; sí, de esas galletas que te pones como para convencerte que tendrás un día mejor y más afortunado. Y entre tanta mezcla alimentaria, un recipiente mágico como la taza; con su asa sobresaliendo del cuerpo, para agarrarla meticulosamente, con cariño, como un pellizco duradero, y tan amable que me protege de quemaduras, de abrasarme ligeramente las manos. Todo un detalle.

Ella aguanta lo que sea, es capaz de quedarse minutos y minutos sosteniendo el calor, esperando que yo asiente y decida beber. Nunca decae, ni se queja, solo espera el momento. Es una pequeña héroe del día a día, de lo cotidiano. Solo aguarda servir y estar preparada para el día siguiente. Y la mía es verde, pero eso que más da. Puede ser roja, azul, con dibujos, e incluso de mal gusto, con la cara de un familiar o un mensaje de buenos días. Pero sea como sea, es una luchadora que pocas veces falla, y si lo hace no es por falta de coraje, sino porque ya ha derrochado toda su nobleza, o nosotros le hemos fallado, no supimos abrazarla como debíamos. Quisimos hacer demasiadas cosas a la vez, y la dejamos en un segundo plano, mientras nuestra mente se distraía por otros lugares, y se nos resbaló, la dejamos marchar como ella nunca hubiese hecho.

Y hora que ya estoy terminando el desayuno, la vuelvo a observar. Sigue inmutable, rígida en su tarea. Que egoísta he sido tantas veces al descuidarme de su valía; cuantas veces he dispuesto de sus servicios, y una vez exprimida, la he dejado abandonada, sucia y sin prestarle la más mínima atención. Rodeada de otros héroes utilizados y desatendidos: platos, vasos, tenedores, cucharas, cuchillos, y muchos más, demasiados. Y yo, egoísta como siempre, he priorizado descansar, disfrutar, o realizar cualquier otra actividad. Solo después, cuando he vuelto a requerir de ellos, incluso en momentos de urgencia, he decidido atenderlos.
Vaya, mi pequeña taza, no se como disculparme, y aunque sé que no está bien, y que te diga que no volverá a ocurrir, ambos sabemos que no será así. No será hoy, ni mañana, quizá dentro de cuatro días, pero desgraciadamente, y asumiendo mi vergüenza, volverás a darme más de lo que yo jamás te daré.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz año nuevo

Soy de aquellos que no presta demasiada atención a las fechas señaladas. De aquellos que evita las felicitaciones y celebraciones puntuales como si fueran imprescindibles en nuestra vida diaria. ¿Qué es navidad? Pues bueno, mañana seguramente no lo sea. ¿Qué viene el año nuevo? Pues muy bien, dentro de diez días todos estaremos maldiciendo el nuevo año. Y todo seguirá igual, independientemente de las fechas; no habrá ni un cambio radical, ni de repente el negro se volverá blanco, ni los bancos repartirán dinero, ni las administraciones se volverán eficientes. Así es, y llámadme negativo o de carácter áspero, los insultos, los dejo a vuestra elección.
En el cumpleaños, más de lo mismo. La típica pregunta, ¿no te sientes más viejo?, pues no, no me siento más viejo. Me sentiría más viejo si mirara cinco años atrás, con el pelo más fuerte, la espalda menos contraída, y las arrugas más disimuladas, pero por un día, lo único que espero es que haya un buen regalo sobre la mesa y la gente como mínimo sea algo más simpática conmigo. Y aún así.

Pero en fin, se acaba el año y toca de nuevo el protocolo de las uvas, la ropa interior roja, y la copa de cava. Por cierto, el cava, que gran tema. Esa bebida que parece que tienes que beber por obligación. Coño, ni que fuese una hipoteca. ¡Que no vendrán a retirarte el año nuevo si no la bebes! Cuanta gente he sentido que dice, es que a mi no me gusta el cava pero como hay que brindar. ¿Qué eres masoca entonces? ¿Sabes que la copa sigue efectuando el mismo sonido aunque la bebida de dentro no sea cava? Sí, también puedes hacer chin-chin. Pues si no te gusta el cava, ponte cola, agua, o un buen whisky para olvidar al día siguiente. Porque empezar el año con cara de asco, como si te hubieras comido un limón, pues tampoco es plan. Y no mencionaré el tema de la ropa interior roja, que se sugiere casi tan absurdo como Nobel de Obama. ¿Acaso la gente piensa que el Dios de la suerte es un voyeur comunista? Por favor.
Pero bueno, es lo que hay. Cena, uvas, cava, excentricidades del familiar de turno, programas infames de televisión con un humor desgastado, la clásica broma de "nos vemos el año que viene", y la borrachera que destapa las miserias de tantas personas que considerábamos respetables, hasta ese momento, ya sea en casa, en el restaurante, en una discoteca, o en un desafortunado contenedor de basura.

Sí, ya, pero venga, lo digo: Feliz año nuevo a todo el mundo, y que el 2011 sea un año espectacular, sublime, fantástico; uy, la panacea de todos los años. Seguro que lo será ;-)

jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuando los ricos quieren ser más ricos

La "ley Sinde" llegaba a su cita de aprobación en el congreso con buena salud; pero después de la marcha atrás de algunos grupos, que seguramente habrán primado su reputación social por encima de las presiones y convicciones internas, la ley empieza a dar coletazos y parece agonizar. Las reacciones por diferentes bandos no se han hecho esperar. Internautas y no internautas, que no se encuentran en las altas esferas de la sociedad, han aplaudido mayoritariamente el desenlace; mientras, algunos creadores de élite -entendemos, con dinero y notoriedad social-, han expresado su malestar por la marcha atrás de esta ley que quiere mutilar parte de la libertad en la red.

Dicen en un artículo de El Pais, que la cultura -músicos, cineastas, y escritores-, están indignados. Pero yo me pregunto, ¿Quién es la cultura? ¿Quién la representa? La cultura, afortunadamente para este país, no son cuatro gatos que están en la élite y desean aumentar aún más sus cuentas corrientes; que en vez de tener dos chalets, les gustaría tener tres. La cultura somos todos. La cultura es cualquier persona del día a día, que hace eso, cultura. Que escribe, canta, ilustra, fotografía, diseña, y muchas cosas más, para poder pagar sus impuestos, tener un piso, y permitirse de vez en cuando algunos caprichos. Son personas que están básicamente al mismo nivel social que un mecánico, un carpintero, un administrativo, o cualquier otra profesión tan respetable. Como digo, por fortuna, la cultura es demasiado extensa y no se reduce a estos personajes del artículo citado.

Desde pequeño me han apasionado muchos ámbitos de la cultura, y me ha encantado compartir mis creaciones con los demás. No tengo chalet, ni siquiera coche. Vivo como la gran mayoría de personas de este país trabajando día a día para llegar a fin de mes, y cuando llego del trabajo, tengo ánimos y mucha ilusión para seguir creando, aunque muchas veces la remuneración brille por su ausencia. Para muchos es difícil de entender, pero cuando te gusta algo, lo entiendes. Y claro que aspiro a más, no voy a ser tan hipócrita como para asegurar que rechazaría mayor compensación por lo que hago. Todo el mundo quiere que le valoren su trabajo. Pero una cosa es que tu trabajo del día a día sea más o menos valorado, y otra muy distinta, lo que pretenden estos personajes que dicen representar la cultura del país, que es vivir de su obra por el resto de los días sentados desde el sofá, e irse enriqueciendo más y más. Sobretodo cuando solo son una pequeña parte de la cultura de este país, y deberían darse por unos enormes afortunados al tener un nivel de vida tan alto, en comparación al resto de los mortales, incluso de los que se dedican a lo mismo que ellos. Pero no, aún así, quieren más. Quieren que los que tenemos menos, les demos más. Es curioso, que en cambio, no digan que las subvenciones que ellos reciben, infinitamente superiores al resto de "creadores" -la mayoría, sencillamente no tienen-, las estamos pagando entre todos; y cuando digo todos, también me refiero al lampista que después se baja una canción, o al dependiente que mira una película por internet.

Y si hablamos de temas de robo y piratería, yo también me podría quejar. A mi también me han robado. Me ha robado la SGAE, que no está demasiado por la labor de fomentar la cultura en este país, sino por fomentar las arcas de aquellos que más tienen. Cuando hice mi primer cortometraje, nadie, por descontado, me subvencionó. Es más, perdí tiempo y dinero. Cada vez que grababa mi obra en un DVD estaba pagando dinero a la SGAE, por la cara, porque así lo dice un cánon sin ningún tipo de sentido. Grabé más de 100 cortometrajes, y me robaron más de cien veces por una obra que encima era mía, realizada con el sudor de mi frente. Esto fue en 2004. Desde entonces, han pasado seis años y he realizado muchos más proyectos que han ido aumentando las arcas de una institución que se proclama como la defensora de la cultura. Pues bien, yo también formo parte de la cultura, y más que defenderme, me han atracado.

Y esto sucede, cuando los ricos quieren ser más ricos, robando a los pobres.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Que llega el Papa

Ya queda menos para que se presente el Papa con su papa-móvil por los pavimentos de Barcelona. La ciudad condal volverá a ser, para bien y para mal, foco de atención del país y del mundo; y como sucedió en los Juegos Olímpicos, en el Fòrum, o en otros eventos de tal calibre y repercusión, los sastres del ayuntamiento tendrán un arduo trabajo de confección, remiendos, y parches por colocar en una ciudad que se tapa y destapa a su merced, según requiere la ocasión.

Circulará el Papa sin atarse el cinturón por las calles de la ciudad. Como un emperador en la cima, moverá sus brazos torpemente para el deleite de sus súbditos. Regalará maliciosas sonrisas y oraciones, y concederá paz y amor para aquellos que se abstienen a tolerar, entre otros tantos, que solo pretenden llenar sus dosis periódicas de cotilleos y morbosidad. No necesitará respetar ni semáforos ni peatones, y podrá reposar allá donde le plazca, sin pensar que es carril bus o zona azul. Eso sí, rodará el papa-móvil con ritmo angelical por el gris asfalto, marcha imperiosa y triunfante, por una calle despejada de los estúpidos coches sin privilegios, aquellos de los trabajadores del día a día, de los que pagan impuestos y multas, si no se portan demasiado bien. 

Vía libre al Papa y su ejército Papal. Si se tiene que movilizar media ciudad, se moviliza. Si hay que gastarse una porción del presupuesto ciudadano, se gasta. Si hay que taparse los ojos delante los pecados de la iglesia, se tapan. Todo sea por la bendición y presencia de un Papa; orgullo de unos y vergüenza de otros.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El rebufo

En el metro, en la calle, en el supermercado, en el trabajo, en casa, en la discoteca, en el bar del Vicente, que es donde va la gente, o donde sea. Cuando menos te lo esperas, siempre está el rebufo, el resoplo; ese contundente aire que te golpea inesperadamente y te transporta a un mundo de olores totalmente prescindibles. El "buuuuuffff" más desagradable e inoportuno. Y es que, ¿quién no lo ha sufrido?

Estás en el metro, te has levantado cuando Dios aún no ha puesto las calles, y tienes que ir a trabajar. Tu cara es de circunstancias, el ánimo y la alegría aún no se han despertado; duermen plácidamente mientras tu cuerpo ya está runruneante. De golpe se abren las puertas, y entra un tipo sudado, impetuoso, y sin mirar si pisa tu pie o te golpea la mano. Se gira, se sitúa en frente de ti, y coge aire. Las dos caras enfrentadas; tu pequeño espacio ahora es más minúsculo. Y cuando aún estás haciéndote a la idea que irás más incómodo, y que un desconocido te ha desquebrajado el poco bienestar que te quedaba, el tipo hace: "buuuuuufffffff..."
El aire sale disparado de su interior y golpea contra tu rostro; el café de la mañana, el cigarro de antes de coger el metro, y una ligera mezcla de olores indescriptibles, penetran en tus sentidos. Que asco, seamos sensatos. Que asco. Entonces, el tipo ya se relaja, y se queda tan pancho.

Hijo de puta.

lunes, 30 de agosto de 2010

Soledad compartida

Se despertó como cada día. Los ojos aún no eran capaces de abrirse. Miró el techo; se tambaleó y miró su mesita. Tumbado en el colchón de látex, de apenas un año de antigüedad, giraba y giraba de un lado para otro. Mesita, techo, ventana, puerta. Miraba todo lo que su perspectiva le dejaba. Sabía que tenía que levantarse y empezar el día. Pero hubiese preferido quedarse en la cama, y no por sueño, sino por desgana. Empezar otro día, pensaba. Él solo quería acabarlo, y volverse a estirar en aquella cama, navegando en sueños e ilusiones. Nada en la vida le aportaba más.

Se levantó. Después de cinco minutos remoloneando con la sábana y la manta. En la cocina, se preparó un café con leche muy cargado, de café, y unas tostadas de mantequilla y mermelada. Mermelada de frambuesa, como más le gustaba. En el comedor, se sentó en una silla, y dejó sobre la mesa su tazón cargado de café con leche junto a las tostadas. Se volvió a levantar y encendió el televisor. El mando a distancia estaba sobre el sofá. No dudó en cogerlo y llevárselo a la mesa, situándolo bien cerca del desayuno. Entonces se volvió a sentar en la silla. Agarró el tazón, miró al televisor, su mirada se perdió hacia el resto del salón; miró el sofá, el calendario, algún que otro cuadro, y las tres sillas restantes; entonces quiso compañía, y volvió su mirada hacia el telenoticias. Política, sociedad, economía, cultura, sucesos, deportes, y el tiempo; sol moderado durante todo el día, aunque por la tarde se irá nublando. Recogió la tazón, y limpió superficialmente la mesa.

Antes de pasar a ducharse, se preparó la ropa. Encima del mismo retrete, con la tapa bajada, lógicamente. El pronóstico del tiempo fue muy importante para su elección; ropa interior, calcetines finitos, unos jeans que parecían gastados, aunque realmente solo tenían dos meses, siguiendo la moda, vaya, una camiseta de color gris, sin ningún tipo de estampación, y más tarde, ya descolgaría alguna chaqueta de primavera del armario. De momento no necesitaba más.
El agua de la ducha abrazó todo su cuerpo. Durante momentos cerró los ojos, se destensó, se olvidó del resto del día; sus obligaciones, las pasadas y futuras frustraciones, los miedos ridículos que bailaban por su cabeza. Se quedó diez minutos bajo el intenso chorro. Poco a poco, fue volviendo en sí. Cerró el grifo de la ducha. Empapado, alargó la mano para recoger una toalla; tres toalleros en el cuarto, y solo necesitaba una. Qué cosas, pensó.

Eran ya las 8.25 horas cuando se dispuso a salir de casa. Justo en ese momento, reculó. Se olvidaba la chaquetilla, y aprovechando, se miró al espejo de la entrada, toqueteó su pelo, se recolocó la camiseta y pantalones, y se aseguró de que las zapatillas estuviesen bien atadas. Cerró la puerta con suavidad, pero sin decisión.
Mientras bajaba por el ascensor, pensó que escucharía un poco de música de camino al trabajo. En el fondo de su mochila estaba su pequeño reproductor, los auriculares, y como siempre, algunas migajas de pan; y es que por mucho que envuelvas los bocadillos con papel de plata, al final, como por arte de magia, siempre se deja caer alguna migaja. De hecho, pensaba que la vida era igual; por mucho que intentes proteger las cosas, tenerlas bien atadas, siempre acababa cayendo algo, siempre había el azar, lo imprevisible.

Al llegar al metro vio un gran número de gente nerviosa, con prisas, como si hubiese sonado un toque de queda y todos, apresurados, tuviesen que entrar rápidamente en el andén; ¿para protegerse? No, eso seguro que no. Fuera no había nada que tener miedo. De hecho, seguramente ahí dentro, en el metro, habían muchos más peligros. Un lugar repleto de seres humanos, hasta cierto punto deshumanizados. Miradas perdidas, nervios a flor de piel. Que curioso. Aunque bien pensado, en el exterior, para él no era tan diferente. Pero claro, como mínimo el espacio era más abierto que ahí abajo.
La gente empujaba para entrar al vagón; si les golpeabas, te miraban con desagrado, y tus disculpas posteriores no servían para nada. Si te golpeaban ellos, no te prestaban atención. Le habían pisado tantas veces entrando al vagón, y solo una vez recibió una disculpa, de un joven que al contrario del resto, no parecía tener tanta agonía, aunque inevitablemente se vio sumergido en la locura del resto, y sí, le pisó.
Dentro de aquel vagón iba pasando de canción en canción, esperando encontrar alguna que le hiciese abstraerse de todo. Miró el reproductor para asegurarse que aún le quedaba batería para rato; menos mal, pensó. Ojeaba el vagón, con la mirada perdida. La gente estaba igual que él. Tanta gente metida en un pequeño espacio, incluso rozándose con ellos, codeándose por un sitio, sintiendo el aliento de los demás en sus propias carnes. Y todos, estaban inmersos en su interior. Cientos de personas juntas en soledad. A veces, necesitaba complicidad. Y miraba algunas personas que le ofrecían sensaciones gratificantes. Aún recuerda aquella joven, que un día se sentó frente a él, con una cara pálida, y unos ojos inmensos; hubiese estado nadando durante horas dentro de aquellas pupilas brillantes y oscuras; aquella sonrisa tímida, pero sincera. Fue un destello en medio del profundo océano, un momento de complicidad entre los dos. Se preguntaba a veces, y si aquel día hubiese sido capaz de dirigirle una palabra a aquella joven; y si era una alma gemela, el amor de su vida; tal como él, necesitada de alguien y con la necesidad de compartir su sensibilidad, sus secretos, sus caricias, abrazos, y sonrisas. Pero todo quedó en una sonrisa mutua, y una mirada tímida, clavada en ambos, pero que se desvió de inseguridad en sí mismo.

Mirar hacia abajo. Al suelo, a la nada. Mirar hacia arriba. Al techo, a la nada. Así estaba prácticamente todo el vagón. Así se sentía la soledad de la multitud. Y volvió a cambiar de canción. Reproductores, libros, móviles, cualquier objeto era necesario para conseguir el aislamiento personal. En ese vagón, habrían tantas historias, tantas vidas semejantes, diferentes, difíciles, fáciles, tantos héroes, tantos villanos. Pero todas se quedaban dentro de ellos. Encerradas, con un cerrojo inquebrantable.
Se imaginaba, que de repente, todas aquellas personas explotaran; hablaran entre ellas, compartieran experiencias, se ayudaran mutuamente. ¿Qué podría haber hecho por aquella joven? Quizá estaba en un momento difícil, con aquellos ojos tímidos y húmedos, y con su sonrisa escueta pero sincera. Él tenía tanto que dar, y por tan poco; verla sonreír aún con más fuerza, ya hubiese bastado. Pero no se atrevió, como otras tantas veces. Bajó la mirada, porque él no era de mirar al techo, y observó la pequeña pantalla de su reproductor, y se puso a buscar otra canción para hacer tiempo mientras llegaba a su parada. Era la próxima, con una canción de tres minutos le bastaba. No necesitaba más.

lunes, 21 de junio de 2010

Otro amanecer

El perro esperaba sentado. Por instantes, ladeaba levemente la cola. Aguardaba completamente desnudo, con un pelaje largo y suave, color ceniza y pequeñas lagunas de destellos dorados, que se incrementaban por la presencia del sol alegre y tenaz. En su cuello, se enroscaba un collar de color rojo viejo y agrietado. Nadie sabía cuánto llevaba en ese lugar, atado a una farola, en una pequeña plaza. Pero eran las nueve de la mañana, y los que pasaron una hora antes, decían que el perro ya estaba allí. Personas aparentemente ocupadas pasaban por delante suyo, lo miraban fugazmente, y se diluían poco después. El perro, miraba a todas y cada una de ellas, con admiración y devoción. Quince minutos antes de las nueve, decenas de niños que iban camino al colegio pasaron por delante; algunos le hablaban insistentemente, incluso querían tocarlo; era entonces cuando el canino movía su cola con mayor recorrido y velocidad, como un péndulo nervioso e infatigable. Las madres cogían del brazo a sus hijos para estirarles y alejarlos del animal, por si acaso, como se suele decir en estos casos.

A las diez, la plaza era prácticamente desierta, y el perro estiró todo su cuerpo sobre la arena. Con la mirada inocente, como quién no acaba de entender la situación, se centraba en observar algunas palomas que picoteaban el suelo, tragando poco más que arena, y muy de vez en cuando, alguna migaja de pan. Las palomas iban iendo escalonadamente; de hecho, no había mucho que llevarse al estómago en aquel suelo arenoso; únicamente pequeños restos de los bocadillos de los niños que una hora antes pasaron por allí. El sol cada vez era más antipático; golpeaba con fuerza y sin escrúpulos el suelo arenoso. El perro, con la lengua fuera, seca y porosa, extendía todo su cuerpo por la tierra ardiente, cansado y acalorado, sin fuerzas para curiosear a su alrededor, y los ojos entrecerrados. Solo en determinados momentos, se incorporaba impulsivamente, levantando su oreja derecha, al escuchar un sonido, que a primeras, le parecía familiar. Pero a los pocos segundos, su esperanza se diluía al constatar que solo se trataba de una persona más, un coche más, un golpe de bastón más, una puerta más, en aquel desconocido lugar.

Pasó la mañana. Pasó el mediodía. Pasó la tarde. Y llegó la noche. El perro, seguía allí. Fatigado, y con aparente desconcierto en su mirada. Observando de un lado para otro, atento a cualquier novedad, triste pero entero. Ni siquiera llegó a tensar su correa, sacando su lado más salvaje. No. Seguía con la esperanza de que tarde o temprano, su ángel vendría a rescatarle, despojándolo de aquel barrote de hierro, que justo a las diez de la noche, se iluminaba en el cielo despejado.
A medida que avanzaban las horas, y poco a poco fue entrando la madrugada, pequeños lloros fueron surcando por aquella noche calmada; a los llantos, les siguieron ligeros aullidos atemorizados, intermitentes y mudos por momentos. Aquella noche se encendieron las luces de los pisos cercanos a la plaza, algunas personas se asomaron por la ventana, y otras salieron al balcón para cotillear, pero sobretodo, gritar ferozmente al animal. El perro, viendo tanta atención a su alrededor, sacó fuerzas de donde no aparentaba; entonces, meneaba más intensamente la cola; aullaba, ladraba, y buscaba ilusionado entre la multitud que le observaba. Poco después, vio como unas personas de uniforme, le enlazaron el cuello con una especie de vara acabada en anillo, como le metieron en un pequeño habitáculo, y como a las pocas horas, volvió a sentirse entre barrotes. Pero esta vez, dentro de ellos. No había necesidad de correa.

domingo, 25 de abril de 2010

Está usted pagando más de lo que debería

Buenos días señora, ¿me permite que le quite un poquito de su tiempo? No, en serio, solo será un momento. Disculpe, entiendo que esté ocupada, pero solo será un momento, de verdad, un ratito. Apenas un minuto. ¿Usted no quiere pagar menos en su factura de la luz? Seguro que sí; pues yo vengo a ayudarle, a conseguir que cada mes pague un poquito menos; y con ese dinero que se ahorrará, pues podrá permitirse algunos caprichos, ¡que seguro se lo merece! Mire, solo un momento, de verdad, sino es más que cinco minutos. ¿Tiene alguna factura de la luz en casa? ¡Seguro que sí! Solo necesito eso, y haré que pague mucho menos. Solo necesito ver esa factura. No se preocupe, claro que soy de la compañía, por eso no tenga miedo, ¿no ve mi placa? A ver donde la he puesto... ah sí, aquí, mire, mire, perdón, si la tenía por aquí, estaba por aquí. Sabe que pasa, que nadie me la pide, pero hace bien usted en perdirla, ¿eh?, que hoy en día vaya usted a saber a quién le abre la puerta. Vaya, creo que me la he dejado en el coche, ¿quiere que baje a buscarla? Aunque solo será un momentito, de verdad. Déjeme una factura, cualquiera; de este mes, del pasado, de hace tres meses, todas me sirven. Sí. Espero.

A ver. Sí, esta me vale. Veamos, ajá, titular, tipo de contrato, sí, muy bien, veamos, ajá, ajá. Huy, esto se lo podemos mejorar. Y tanto; usted está pagando más de lo que debe. Sí, claro. Es que paga por servicios que no utiliza, y algunos los podemos optimizar. Verá, ¿le hago un calculo de lo que pagaría con nosotros? Pues mire, teniendo en cuenta el contrato, estos parámetros, y estos otros. En total... a ver; claro, esto lo podemos quitar, esto lo está pagando para nada. Mire mire, ahora paga esto, ¿lo ve? Pues con nosotros se le quedaría, sumo esto, hago el descuento, y vemos, veamos, igual a... ¡Usted pagaría un euro con sesenta menos al mes! ¿Lo ve como solo ha sido un momento? Ahora solo debe rellenarme estas hojas, darme los datos de facturación, llamar a este teléfono para verificar su cambio de contrato, y darse de baja de este otro servicio. ¿Qué le parece? En serio, estamos para servirle, no se preocupe.

domingo, 4 de abril de 2010

En siete días no se pueden hacer las cosas

Está claro que el primer caso de explotación laboral lo tiene el propio Dios a sus espaldas. Él mismo quiso finiquitar la creación de la tierra entera en tan solo siete días. Y claro, pasó lo que pasó: errores de producción, bajos niveles de calidad, incoherencias en la distribución, elementos inacabados, y un largo etcétera de erratas. Y que conste que ya hizo bastante, pero vaya, nadie le dijo que tenía que estar todo acabado en siete días, de hecho, se podría haber tomado unos cuantos más y haber hecho sus merecidos descansos para rendir más. Pero no, las ansias de acabarlo todo lo antes posible le pudieron.

Y claro, ahí tenemos a la pobre gallina, que la quiso moldear como un pájaro más, pero le salió un despropósito, y se dijo, bah, ya está bien. Claro, ya está bien. Díselo a ella. Pobre. Le pones plumas, paticorta, un cuerpo de botijo, y unas alas que dan pena. La desgraciada tiene lo peor de un pájaro, y encima ni vuela. ¿Y realmente esperabas que sobreviviera en estado salvaje? Al final solo sirve para poner huevos y hacer rico al señor Kentucky.

¿Y qué me dices del oso panda? Porque si la gallina no tiene demasiado sentido, ya me dirás el pobre panda. Gordo, lento, y torpe. Lo metes a vivir en medio de la frondosa y verde selva, pero para putearlo aún más lo pintas de blanco y negro. Eso, encima que es limitadito moviéndose, que se vea bien de lejos. ¿Para qué le vamos a dar la posibilidad de esconderse, no? Pero ahí no acaba todo, no. Aún es posible amargarle más la vida. Aún es posible arriesgar su supervivencia un nivel más. Pues venga, le damos la alegría de una dieta a base de bambú. Ahí, todo el día comiendo cañas, una detrás de otra, que aportan menos calorías que el mismísimo aire que respira. Y venga, el último detalle: que resulte tierno y apetecible para el ser humano, para sus zoológicos y demás injusticias. Vaya, que ahí lo tenemos como icono universal de los animales en peligro de extinción. ¿Y qué esperabas? ¿Qué con las noblezas que le otorgaste fuera el nuevo amo del mundo? No sé qué hiciste con ese trozo de arcilla, pero te despachaste a gusto.

Imagino también que ni siquiera hiciste un buen ejercicio de pre-producción. Vaya, que te pusiste manos a la obra sin hacer un planteamiento como es debido. Ni siquiera un croquis o una pequeña lluvia de ideas. Ni te pasaron un briefing, ni guión, ni nada de nada. Pensaste, ya irá saliendo. Pues mira, empezaste a poner arbolitos, plantas tropicales, rocambolescos pasajes, enormes montañas, rocas con formas de esto y lo otro, un bonito río, un mar descomunal, patatín y patatán. Y claro, te quedaste sin arcilla antes de tiempo. Pues bueno, aquí pondré un desierto. ¡Ja! Me río yo del desierto. No te lo crees ni tú que tenías en mente dejar ahí una zona pelada, desnuda, y más vacía que el cajón de ofertas de empleo. Fue un error de logística, de previsión, y te quedaste tan ancho.

Pero no te culpo. El empleo está fatal, y pasa lo que pasa cuando se trabaja así. Y mira, ahora pasa lo mismo. O sea, que como ves, las cosas no han cambiado demasiado. No, todo sigue igual.

lunes, 29 de marzo de 2010

Mi querida Renfe:

No sé como empezar este escrito. No sé como expresar todo el deleite que me produce tu servicio. ¡Me has dado tanto!

Para comenzar, y gracias a tus constantes retrasos, a veces poco justificados y otras veces sin justificación alguna, he llegado a establecer relación con personas a las cuales, seamos sinceros, nunca hubiese dirigido la palabra. Aquellos momentos de servicio nulo y desinformación que me brindaste, originaron algo tan bonito como el hecho de compartir entre personas desconocidas; compartimos nerviosismo, indignación, irritación, y posterior abatimiento. Todos, cada uno de aquellos usuarios situados en el andén, o dentro del vagón, porque tus incidencias son como Dios, están en todos lados, nos sentimos igualmente desgraciados; igualmente estafados y enojados. Ni una terapia del psicólogo más cualificado hubiese logrado unir a decenas de personas sin ningún tipo de vínculo, y hubiese exaltado en todos ellos las mismas sensaciones. ¿Cómo lo haces, Renfe?

Pero ahí no queda la cosa. Aún no sé como corresponderte el hecho de que, gracias a ti, sea capaz de aguantar el doble, qué digo el doble, ¡el triple!, de tiempo sin orinar o hacer aguas mayores. Yo antes, cuando tenía ganas de ir al lavabo, recuerdo que como mucho, treinta minutos, oye. Pero después de las peripecias vividas en los vagones de tus trenes, con lavabos eternamente estropeados o simplemente infranqueables para la dignidad humana, he llegado a aguantar trayectos de más de una hora. Y si esto fuera poco, aún he superado este record personal, esperando tus retrasos en las numerosas estaciones que no tenían ni un triste escupidero. Y te lo prometo, gracias a ti, el record de dos horas aguantando como un campeón, es posible. Mi próstata bien sabe lo que me digo. Por poner un ejemplo, totalmente al azar, en El Clot Aragó, una estación barcelonesa conocida y de grandes proporciones, anduve buscando un lavabo sin éxito durante un buen rato. Pregunté en la oficina del mismo recinto, recién construida con unos preciosos vidrios translúcidos y la más alta tecnología lumínica, una gran obra sin duda, pero me dijeron que en aquella estación no habían lavabos. ¡Magnífico! Porque subí rápidamente al exterior, y entré en un bar donde pude intercambiar magníficas palabras con su propietario. Y esto, gracias a tu brillante idea de gastar un dineral en poner oficinas, pero no construir unos lavabos.
Y quién dice lavabos, dice también rampas o escaleras eléctricas en varios tramos de escalones cercanos. ¡Ahí, ahí, que la gente es muy cómoda!

Y ya que he nombrado el tema rampas y todo eso... ¿Y qué me dices de las barreras arquitectónicas? Ay, casi me olvido de comentártelo. Válgame Dios, que despiste. Pues gracias a ti la gente se ayuda entre ella. Hay más solidaridad. Descubres que existe abundancia de buena fé y amor en el mundo. Sin tus numerosas barreras arquitectónicas en andenes, pasos a nivel, estaciones, y demás, nunca hubiese visto como unos mozuelos de pintas raras ayudaban a subir a una anciana al vagón, o como dos ciudadanos, cada uno con sus prisas, levantaban usando la fuerza bruta a un minusválido para salir de la estación de Arc de Triomf, repleta de escaleras y más escaleras . Porque esa es otra, tus estaciones son magníficas para la superación de las personas. ¿Qué te cuesta subir escaleras, o sencillamente no puedes? Pues aprende con Renfe. Así de simple, así de fácil.

Y ya para despedirme, por favor, sube el precio del billete más a menudo. Que para todo lo que ofreces, es de saldo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Nadie inventa como Roger Wallson

La evolución siempre se ha nutrido de grandes inventores y personas con ideas revolucionarias: Arquímedes, Da Vinci, Galileo, Edison, Gandhi, y Homer Simpson -como todos recordaremos de un clásico capítulo, que solo se debe haber repetido 2548 veces-. Pero ninguno de ellos, como Roger Wallson. ¿Que quién es Roger Wallson? Me indigna que me hagas esa pregunta. Pero bueno, como soy una persona amable y delicada, tanto como el trasero de un erizo, te responderé: el mayor inventor alternativo y contemporáneo del siglo XXI. Ese es Roger Wallson.

Por poner un ejemplo, Roger Wallson es el inventor del movimiento hipijo. Oye, y eso no es moco de pavo, ¿eh?. Vaya, el movimiento de los hippies-pijos que llenan las universidades -sin estudiar en ellas en su mayoría- alabando el buen rollo, la libertad, y quejándose del capitalismo, el consumismo, y la personas que trabajan. Pero eso sí, llevan sus Vans, Levis, iPod, y demás baratijas, compradas lógica y mayoritariamente por sus padres.

Pero si esto te parece poco. Ahí no queda la cosa, no. Roger Wallson inventó la linterna solar, o el agua en polvo, por poner más ejemplos. Además, dedicó 2 minutos de su vida en pensar la brillante idea de presentar Barcelona para los juegos olímpicos de invierno -que más tarde robarían varios representantes del gobierno de dicha ciudad-. Pero si esto te parece poco, a lo mejor te sorprenderá saber que fue la cabeza pensante de las nuevas medidas de seguridad de los aeropuertos actuales, y el precursor de los chalecos de camuflaje fosforitos. ¿Qué te parece, eh?

Y resulta que ahora, según me han dicho, Roger Wallson sigue en pleno rendimiento. Y después de ayudar en el desarrollo del Windows Vista, ha decidido ayudar al gobierno español a desarrollar sus nuevas leyes a favor de la cultura. ¡Gracias Roger Wallson!

martes, 16 de marzo de 2010

Aspiraciones magnas

No era precisamente la aspiradora más potente del mercado. De hecho, Melisa, que es así como se llamaba, era una aspiradora de 1400W de potencia. Y vaya, no es poco, pero tampoco mucho. Si tenéis aspiradora, entenderéis un poco más a Melisa. Si no tenéis, haciendo un símil con las personas, pues sería como de clase media, bien, quizá media-baja, sin destacar. Pero al margen de su potencia, nada inusual, Melisa era de marca blanca. Una YaoWeng, made in China. Imaginad pues, el panorama para Melisa: clase media-baja, marca blanca, y ni muy poco ni mucho. Del montón, sintetizando.

Aún así, detrás del pésimo panorama comentado anteriormente, Melisa aspiraba a todo. Es más, Melisa no era potente, ni de marca, ni tenía vínculos con aspiradoras de gama alta, pero sus sueños, ilusiones, y ambiciones, eran claramente de magnas proporciones. Enormes, maravillosos, y llenos de grandeza. Por esa razón, Melisa, a pesar de sus vulgares 1400W, aspiraba más que cualquier aspiradora. Y tenía cualidades para demostrarlo.

Un buen día, después de una larga espera, Melisa salió del almacén de aspiradoras YaoWeng. Alguien le esperaba en algún lugar. ¿Sería en una acogedora casa familiar? ¿O en unas productivas y dinámicas oficinas? Eso le daba igual a Melisa. Que más da. Ella lo que quería, por encima de todo, era demostrar de lo que era capaz. Así que en menos de una semana Melisa se encontró en una pequeña casa. Notaba que pronto saldría de aquella caja donde se encontraba oprimida y sin espacio; aquella estancia hostil y solitaria. Por fin ocuparía un lugar importante, siendo útil, demostrando sus aptitudes. ¡Sería la aspiradora de la casa! Allí estaba, nerviosa, sintiendo como desde fuera, alguien intentaba abrir el embalaje. Poco a poco vio como entraban pequeños rayos de luz, hasta que finalmente, la tapa se abrió por completo. Poliexpan fuera, Melisa quedó liberada. Su salvador, ese hombre que la había acogido en su casa, la miró detenidamente. Melisa se sentía el centro de atención, y dentro de ella se iban apilonando sensaciones y más sensaciones; sorpresa, felicidad, miedo, exaltación, temor, y finalmente, tranquilidad. ¡Ah! Que tranquilidad.

De golpe, su extraño liberador frunció el ceño. La miró detenidamente, y le cogió el cable extensible de conexión a la corriente. ¡No tenía clavija! ¡No tenía enchufe! Melisa, lo tenía todo. Era ambiciosa, entregada, repleta de ilusiones, y tremendamente preparada. Pero no tenía enchufe. Rápidamente, con un fuerte enfado, su salvador la cogió y empotró dentro de la caja; la volvió a depositar en su doloroso cobijo. -Queremos otra aspiradora- escuchó Melisa. Las lágrimas de Melisa se quedaron en la caja, en el mismo sitio donde ella supo que sin enchufe no era nadie.

jueves, 4 de marzo de 2010

Barcelona y sus nuevos contenedores; la alegría de no poder tirar la bolsa

No os podéis imaginar lo que me ha costado buscar un título para este artículo -bueno, unos 5 minutos-. Tenía tantas opciones que al final me ha salido un título un tanto largo. Pero creo que explica bastante bien lo que viene a continuación. Pero vaya, vamos a lo que vamos.

La cuestión es que como dice el eslogan, yo "Visc a Barcelona!", o sea, que vivo en Barcelona. Y hace un par de meses nuestro querido ayuntamiento cambió todos los contenedores de la ciudad y la empresa encargada de la limpieza -las malas lenguas dicen que es la misma, pero que ha cambiado de nombre y ha pintado sus camiones y furgonetas-. Esto ya se anunció a bombo y platillo; se anticipó como el gran cambio; la nueva manera de entender los residuos; la gran Barcelona iba a realizar un gran paso.
Pero dos meses después, por lo menos los contenedores que yo tengo por mi zona -sé que hay dos modelos diferentes, repartidos entre zonas guays y zonas no tan guays, siendo estos últimos los míos-, han perdido fuelle. ¿A que me refiero? Pues que en tan solo dos meses, pisas la palanquita para que se abra la tapa, y la pobre ya casi ni se abre. Te deja un espacio que ni siquiera cabe tu bolsa, y para colmo, tienes que ayudarte de tus manos para acabar abriendo ese contenedor revolucionario -el sistema de pisar la palanca, lo nunca visto oye-.

Así pues, yo me pregunto: ¿Quién cojones diseñó estos nuevos contenedores? ¿Esta era la revolución? ¿Que en dos meses los pobres ya casi ni se abren por obra de la palanquita divina y tengamos que hacerlo manualmente? De verdad, a veces creo que los despropósitos son un requisito para formar parte del entramado público. Es que yo, me imagino a los diseñadores de los contenedores, en tardías reuniones, fumando y haciendo lluvía de ideas entre todos; paseando por parques, buscando inspiraciones; viendo exposiciones en el Macba y galerías contemporáneas del Raval. Pero después, sin que ninguno piense en probarlos durante unas semanas. Vaya, lo que se llama testear un producto.

En fin, una gran inversión. Nos gastamos un dineral en cambiar la flota y todos los contenedores, pero si después no cabe ni la bolsa: -¡Ah! Todo no se puede tener en esta vida...

viernes, 26 de febrero de 2010

La moda del Bulldog Francés; ¡Lo necesitas!

¿Vives en pareja, eres joven, guay, cool, y piensas que aún no quieres un hijo porque te queda mucho por disfrutar, pero en cambio quieres demostrar que estáis preparados para todo? ¡Pues no dejes escapar la ocasión, compra un Bulldog francés! ¿A qué esperas? Es la moda. Si no lo tienes, no eres nadie.

Eso es lo que deben pensar las miles de personas españolas, obviamente no todas, que han comprado al unísono esta raza, tan poco inculcada en nuestra sociedad hasta hace unos años. Es como llevar un iPod. Hay más perros en las perreras, en las calles, hasta en las tiendas; pero oye, el Bulldog francés está de moda. Da igual que la mitad se lo compren en un ataque consumista; como quién se compra la PlayStation sin que le gusten los videojuegos. Eso da lo mismo. En España tener un animal en casa es como tener un coche, un equipo de música, o un móvil. ¿Qué después te cansas o sale un modelo superior que se pone de moda? Pues lo dejas por ahí, y te compras el siguiente. Que además está nuevecito. Lo importante es estar a la última. Mientras, tenemos un montón de perros abandonados en perreras, en las calles. Pero claro, estos no están de moda; no son un Audi, ni un Sony, ni un iPhone. Vaya, que no fardas con ellos.

En fin. Si ya es triste pagar por un perro, que puedes encontrar abandonado en cualquier ciudad y perrera, ahora pagamos por las modas caninas, por los modelos, por las marcas. Y todos felices.

Por cierto, que gran Web: http://www.ilovefrenchies.es/

jueves, 25 de febrero de 2010

Reincidentes

Antes de nada, quiero aclarar que en este relato, totalmente real, descartaré poner nombres reales. Pero eso sí, que sepáis que es real.
Corrían los años 30, 40, 50, 60, 70, o 80, da lo mismo. Phillip Williamson se escondía, bien arrodillado, detrás de un buzón observando a una mujer mayor que pasaba por allí. Phillip, con la mirada fija, y las cejas bien acurrucadas, saltó de repente y estiró el bolso de la anciana; ¿Resultado? Se llevó un pintalabios, un monedero con cinco reales y 3 estampitas, y una bolsa de caramelos de anís.

Más al este, en otra ciudad que ahora no recuerdo, Rodolfo Peterson Smith entró en una tienda de alimentos. Al llegar, preguntó por si tenían aceitunas rellenas de anchoa. La dependienta le dijo: -Sí, en ese pasillo a la derecha-. Rodolfo la miró mal, muy mal. Seguidamente le dijo que se había equivocado, que buscaba un tarro de alcaparras. -Sí, en frente de las aceitunas de anchoa- le respondió la joven dependienta. Rodolfo, nuevamente la miró mal. Pero está vez mucho peor. Acto seguido, Rodolfo volvió a disculparse, de malas maneras, dicho sea de paso, y le preguntó por las albondigas en lata. La chica, extrañada pero muy paciente, le respondió: -Sí, al lado de las alcaparras, como a 3 metros más al fondo-. Ahora Rodolfo ya estaba muy cabreado. Y volvió a preguntar por otro alimento. La joven volvió a responder. Rodolfo se iba cabreando más y más. Pero seguía preguntando. Y la joven, contestando. ¿Resultado? Rodolfo robó a la joven dependienta 15 minutos hermosos de su vida y encima se metió en la chaqueta un paquete de chicles Cheiw.

Más al norte, pero no demasiado, Federico Perez Strauss se encontraba dispuesto a comprar un boleto a un niño que los vendía para costearse el viaje de fin de curso. El niño le ofreció el boleto, y Federico lo aceptó. ¡E incluso le pidió 4 boletos más! El niño muy contento se los entregó. Federico, con una sonrisa maliciosa en su rostro, le dijo que iba un momento a buscar dinero para pagárselos; que se había dejado la cartera en casa. No cabe decir que Federico nunca regresó. ¿Resultado? El niño nunca pudo ir de viaje de fin de curso, y entre una cosa y otra -influencias, malas compañías, drogas, videojuegos satánicos, Heavy Metal, etc.- acabó sin conocer la edad de 30 años. A Federico, encima le tocó el viaje del premio.

Más al sud-oeste, en un pequeño pueblo costero, Marisa Norcoa se encontraba sentada en un banco del parque. Un matrimonio se le acercó y le pidió que si podía vigilar la bicicleta del niño unos segundos, mientras lo llevaban al lavabo público para orinar. Marisa, rápidamente dijo que no había ningún problema. Cuando el matrimonio regresó del baño con la criatura, Marisa no estaba. Pero lo peor, la bicicleta tampoco. ¿Resultado? Marisa se llevó la bicicleta, la pintó de otro color y la revendió en un mercadillo; para colmo, el mismo matrimonio volvió a comprar la bicicleta sin saber que era la suya.

Pero estos ladrones, estafadores, o malas personas, un buen día fueron detenidas por la policia, e ingresados en prisión. De los 15 años de condena, cumplieron 4 meses. Al salir, aseguraron que no volverían a hacer fechorías. Y fundaron la Sociedad General de Antiguos Estafadores. ¿Resultado? Fueron mucho peores.