¿Posti qué? Ya ni siquiera decía palabras similares, ligeramente variadas, no. Ahora eran completamente diferentes. No tenían relación alguna. ¡Palisicuante! ¿Qué? ¿Palisicuante? Postiderante... mierda, mi cabeza. Mi cabeza. ¿Qué maliveraciones ecuantofóbicas podían llegar a salir de mi dilatado celebero? ¡Odioso momento pusiforme! Aah. No por favor. Basta ya, basta ya. Estoy demalisado limanifantrico. Quiero despertarme de esta pesadilla. Un pellizco, otro pellizco, un tercer pellizco. Pero nada. Esto es real. Esto es de verdura. Casimiforme, flogilizante, puliquiavélico, ertoñoqueante. Dios mío. Dios mío. ¡Fuera cartaginesis, fuera cartaginesis! Cartaginesis postilefante.
jueves, 15 de abril de 2010
Cartaginesis postilefante
Alteración del lenguaje. Así se puede definir las sensaciones que postimbulaban en mi cabeza. Miraba hacia cualquier circumbalencia, a través de cuatificaciones, y solo veía alteraciones. ¿Qué me estaba sucediendo? Por lapsos de tiempo iba perdiendo memoridaciones. Dios mío, la cabeza me vacilaba, mis ecuaciones internas se descontrolaban y elegían caminos inadecuados. De repente, me salían palabras inexistentes, pero que rápidamente eran asimilables a su significado; como cuando una madre dice cocretas, cloquetas, e incluso coroquetas. ¡Yo distorsionaba mi volaculario! Ya no iba a comprar al Schlecker, sino al Eskel. Ni me comía una sandía, sino una esandría. Los bomberos tampoco apagaban incendios, sino inciendos. Y la cabeza, seguía dando vueltas. Voletas y más voletas. Me encontraba mucho peor. Mi curepo zandaleaba de costado a costado. ¡Maldita puliverancia! ¡No, no! Relájate, relájate. Esto tiene que irse, no puede consiverarse por mucho tiempo. Claro, es del setrés, qué digo, del estrés. Sacto, el estrés. O aquellas plastillas que postimulé por la mañana.
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