Esta rosa está marchita. Tírala ya. No va a revivir por mucho que le cambies el agua y la asientes cada mañana en la terraza. ¿No te das cuenta? No se puede hacer nada por ella. Está arrugada por el tiempo; agrietada por las ráfagas de viento que ha sufrido; seca y cabizbaja; no puede mirar al frente; deja caer sus pétalos como si fueran lágrimas, rozan en su tallo y reposan en la tierra. Tírala ya. No va a revivir. Mañana compramos otra, sana y recia, repleta de vida, que ofrezca belleza a tu terraza, nos otorgue más satisfacciones que penas.
-No. No es justo. Esta rosa me otorgó todas esas cosas que comentas, sin apenas darle nada a cambio. Cambiaré su agua cada día, la acomodaré en la terraza por las mañanas, recogeré todos sus pétalos caídos, y levantaré su tallo cuando haga falta. Esa será mi mayor satisfacción.
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