jueves, 15 de abril de 2010

Cartaginesis postilefante

Alteración del lenguaje. Así se puede definir las sensaciones que postimbulaban en mi cabeza. Miraba hacia cualquier circumbalencia, a través de cuatificaciones, y solo veía alteraciones. ¿Qué me estaba sucediendo? Por lapsos de tiempo iba perdiendo memoridaciones. Dios mío, la cabeza me vacilaba, mis ecuaciones internas se descontrolaban y elegían caminos inadecuados. De repente, me salían palabras inexistentes, pero que rápidamente eran asimilables a su significado; como cuando una madre dice cocretas, cloquetas, e incluso coroquetas. ¡Yo distorsionaba mi volaculario! Ya no iba a comprar al Schlecker, sino al Eskel. Ni me comía una sandía, sino una esandría. Los bomberos tampoco apagaban incendios, sino inciendos. Y la cabeza, seguía dando vueltas. Voletas y más voletas. Me encontraba mucho peor. Mi curepo zandaleaba de costado a costado. ¡Maldita puliverancia! ¡No, no! Relájate, relájate. Esto tiene que irse, no puede consiverarse por mucho tiempo. Claro, es del setrés, qué digo, del estrés. Sacto, el estrés. O aquellas plastillas que postimulé por la mañana.

¿Posti qué? Ya ni siquiera decía palabras similares, ligeramente variadas, no. Ahora eran completamente diferentes. No tenían relación alguna. ¡Palisicuante! ¿Qué? ¿Palisicuante? Postiderante... mierda, mi cabeza. Mi cabeza. ¿Qué maliveraciones ecuantofóbicas podían llegar a salir de mi dilatado celebero? ¡Odioso momento pusiforme! Aah. No por favor. Basta ya, basta ya. Estoy demalisado limanifantrico. Quiero despertarme de esta pesadilla. Un pellizco, otro pellizco, un tercer pellizco. Pero nada. Esto es real. Esto es de verdura. Casimiforme, flogilizante, puliquiavélico, ertoñoqueante. Dios mío. Dios mío. ¡Fuera cartaginesis, fuera cartaginesis! Cartaginesis postilefante.

miércoles, 14 de abril de 2010

Hacia delante

Llevaba varios días viajando, sin rumbo específico, sin necesidad de saber a dónde llegaría. Marta solo quería viajar. Ver pasar árboles, casas, gasolineras, parques, montañas; tener la sensación que su vida iba hacia adelante, que no se quedaba anclada en un instante del que necesitaba salir. Pero por muchos quilómetros que hiciese, por muchos pueblos que dejara a sus espaldas, seguía viendo su asiento derecho totalmente vacío. Un asiento que durante un largo tiempo, más de diez años, siempre había tenido un ocupante. Marta miraba de reojo cada tantos minutos, cada tantos pueblos, cada tantos árboles, cada tantos llantos. Quería imaginarse alguien a su lado; pero sabía perfectamente que la única compañía permanecía en sus recuerdos y sus esperanzas. La realidad era otra bien distinta. Aquel asiento seguiría vacío.

Y de todos los tipos de vacíos, aquel era el más cruel. El que nace de un adiós, de una despedida. De lo que hubo y ya no habrá. De lo que pudo palpar, abrazar, tocar, y nunca más podrá. Pero seguía viajando. No tenía claro porqué; olvidar, recuperar, despertar. O sencillamente, sentirse en movimiento. Creer en la casualidad, en el azar, en un golpe de suerte. Que alguien se cruzaría en su camino para atrapar sus pequeñas ráfagas de esperanza y ubicarlas en un pequeño saco que le ayudaría a retomar su camino; siempre en compañía. Sin la sensación de viajar en solitario, expuesta ante su peor enemigo, su propio ego.

Otra vez ojeó a su derecha; otro abismo en su corazón. El asiento estaba vacío. Delante, en la carretera, todo avanzaba, sin detenerse, sin alterar su camino. Abrió la guantera y se adueñó, con fuerza y enojo, de una caja de cigarrillos. Sujetando el volante con su mano izquierda, maniobró con la derecha para abrir la cajetilla. Las manos temblorosas no parecían suyas, demasiado difíciles de domar. Solo pensaba en fumarse un cigarro, seguir conduciendo, y esperar.

domingo, 11 de abril de 2010

Que gran momento

Sin prisas, con tiempo, sin cuenta atrás. Una sonrisa de oreja a oreja, ojos brillantes y amplios, calma intensa que recorre mi cuerpo como olas que oscilan en un mar templado. Acomodado en una butaca color cerezo, con ligeros destellos propiciados por el rejuvenecedor sol que asoma y me saluda a través de la ventana. El televisor mostrando mi programa favorito, y el diario perfectamente dispuesto al lado izquierdo sobre la mesita de cristal. En el centro, la joya de la corona; un inmenso tazón de café con leche, un surtido de galletas, desde integrales de avena a dulces con chocolate, varias rebanadas de pan recién tostado, el bote de crema de cacao rebosando, mermelada de frambuesa y fresas, mantequilla, un aceitero de cerámica repleto de virgen extra de oliva, varias lonchas de queso, y dos tipos de cereales, copos azucarados e integrales con muesli, por eso de cuidar la línea, como siempre se dice con una traviesa sonrisa.

Mmm, desayuno en un día festivo, ¡como te echaba de menos!

martes, 6 de abril de 2010

Vendiendo bragas

Oiga, ¡bragas a un euro! ¡Que me las quitan de las manos! Mire señora, mire. Mire que bragas, que tacto, que maravilla. De todos los colores, azules, rojas, blancas, y con dibujos modernos. Las que se llevan ahora. ¡Mire que bonitas! Que acabados, que costuras, madre mía; que coquetas y seductoras. No las puede dejar escapar. ¡Que me las quitan de las manos! Que su novio le mirará con unos ojazos, que no se podrá resistir. ¡Un euro! ¡Un euro! Y que no estamos locos, es que somos de un generoso que no es normal. Aproveche, aproveche, que esto no se ve todos los días. Mire, mire. Mire estas de color crudo; madre mía, que preciosidad, que alegría para su cuerpo. Que estas ofertas no se pueden dejar escapar, que lo digo yo, y lo dicen en la China: estas bragas, son cosa fina.

domingo, 4 de abril de 2010

En siete días no se pueden hacer las cosas

Está claro que el primer caso de explotación laboral lo tiene el propio Dios a sus espaldas. Él mismo quiso finiquitar la creación de la tierra entera en tan solo siete días. Y claro, pasó lo que pasó: errores de producción, bajos niveles de calidad, incoherencias en la distribución, elementos inacabados, y un largo etcétera de erratas. Y que conste que ya hizo bastante, pero vaya, nadie le dijo que tenía que estar todo acabado en siete días, de hecho, se podría haber tomado unos cuantos más y haber hecho sus merecidos descansos para rendir más. Pero no, las ansias de acabarlo todo lo antes posible le pudieron.

Y claro, ahí tenemos a la pobre gallina, que la quiso moldear como un pájaro más, pero le salió un despropósito, y se dijo, bah, ya está bien. Claro, ya está bien. Díselo a ella. Pobre. Le pones plumas, paticorta, un cuerpo de botijo, y unas alas que dan pena. La desgraciada tiene lo peor de un pájaro, y encima ni vuela. ¿Y realmente esperabas que sobreviviera en estado salvaje? Al final solo sirve para poner huevos y hacer rico al señor Kentucky.

¿Y qué me dices del oso panda? Porque si la gallina no tiene demasiado sentido, ya me dirás el pobre panda. Gordo, lento, y torpe. Lo metes a vivir en medio de la frondosa y verde selva, pero para putearlo aún más lo pintas de blanco y negro. Eso, encima que es limitadito moviéndose, que se vea bien de lejos. ¿Para qué le vamos a dar la posibilidad de esconderse, no? Pero ahí no acaba todo, no. Aún es posible amargarle más la vida. Aún es posible arriesgar su supervivencia un nivel más. Pues venga, le damos la alegría de una dieta a base de bambú. Ahí, todo el día comiendo cañas, una detrás de otra, que aportan menos calorías que el mismísimo aire que respira. Y venga, el último detalle: que resulte tierno y apetecible para el ser humano, para sus zoológicos y demás injusticias. Vaya, que ahí lo tenemos como icono universal de los animales en peligro de extinción. ¿Y qué esperabas? ¿Qué con las noblezas que le otorgaste fuera el nuevo amo del mundo? No sé qué hiciste con ese trozo de arcilla, pero te despachaste a gusto.

Imagino también que ni siquiera hiciste un buen ejercicio de pre-producción. Vaya, que te pusiste manos a la obra sin hacer un planteamiento como es debido. Ni siquiera un croquis o una pequeña lluvia de ideas. Ni te pasaron un briefing, ni guión, ni nada de nada. Pensaste, ya irá saliendo. Pues mira, empezaste a poner arbolitos, plantas tropicales, rocambolescos pasajes, enormes montañas, rocas con formas de esto y lo otro, un bonito río, un mar descomunal, patatín y patatán. Y claro, te quedaste sin arcilla antes de tiempo. Pues bueno, aquí pondré un desierto. ¡Ja! Me río yo del desierto. No te lo crees ni tú que tenías en mente dejar ahí una zona pelada, desnuda, y más vacía que el cajón de ofertas de empleo. Fue un error de logística, de previsión, y te quedaste tan ancho.

Pero no te culpo. El empleo está fatal, y pasa lo que pasa cuando se trabaja así. Y mira, ahora pasa lo mismo. O sea, que como ves, las cosas no han cambiado demasiado. No, todo sigue igual.